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sábado, 26 de agosto de 2017

LA NONA para trabajar





 

 

 

Roberto Cossa            LA NONA









REPARTO




NONA: Ulises Dumont / Juan Carlos de Seta
CHICHO: Luis Brandoni / Rudy Chernicof / Cacho Espíndola
CARMELO: Javier Portales / Carmen Llambi
MARÍA: María de Luca
DON FRANCISCO: José María Gutiérrez / Omar Delli Quadri
MARTA: Lucila Quiroga / Susana Hidalgo / Marta Degracia


ESCENOGRAFÍA: Leandro H. Ragucci
PRODUCCIÓN: Héctor Gómez
DIRECCIÓN: Carlos Gorostiza



Estreno: en el Teatro Lasalle de Buenos Aires el 12 de agosto de 1.977.-



ACTO PRIMERO





La acción transcurre, fundamentalmente, en una casona anti­gua, de barrio. A la vista del espectador aparece una espaciosa co­cina, donde hay una mesa para ocho personas, sillas, un aparador y una enorme heladera. A la derecha, la pieza de Chicho: una camita, un ropero y otros datos del típico «bulín»1 porteño. A la iz­quierda se insinúa la pieza de la Nona, una cueva por donde este personaje aparecerá y desaparecerá constantemente.
El espectador tiene que tener la sensación de que, fuera de esos ambientes, la casa posee otros cuartos, un fondo etc.
Oportunamente, la acción se trasladará a la trastienda del quiosco de don Francisco.
La obra se inicia un día de semana, aproximadamente a las ocho de la noche. Están en la cocina: María, que pela arvejas frente a una enorme olla; Anyula, que ceba mate, y la Nona. Esta última está sentada en una silla y come pochoclo en forma conti­nuada. Finalmente, Chicho, en su pieza, está tirado en la cama le­yendo el diario del día. Anyula le tiende un mate a María.



MARÍA.—No quiero más.
ANYULA.—Le voy a llevar a Chicho.
Anyula se dirige a la pieza de Chicho.
MARÍA.—Dígale que es el último.
Anyula golpea suavemente la puerta de la pieza de Chicho. Este, rápidamente, deja el diario y comienza una especie de tarareo, si­mulando cantar un tango. Anyula entra en puntas de pie, le tiende el mate y se sienta en la cama. Chicho da dos o tres sorbos.
CHICHO.—Está medio2 frío, tía.
ANYULA.—Caliento el agua. ¿Vas a tomar más?
CHICHO.—Eh... estoy componiendo. Y cuando compongo...
Anyula le acaricia la cabeza.
ANYULA.—¿Algo nuevo?
CHICHO.—Hoy empecé otro tango. (Pierde la mirada y balbu­cea un tarareo impreciso.) «De mi pobre corazón...» (Marca los típicos compases finales del tango.) ¿Le gusta?
ANYULA.—Mucho. Sacaste el oído de papá. De toda la familia sos el único que salió músico. ¡Y a él que le gustaba tanto! Si pudiera escucharte...
CHICHO.—Me escucha, tía, me escucha... A veces siento aquí... (Se señala el pecho.) Es el Nono, desde el cielo, que me dice: «Bien, Chicho, bien».
Anyula queda con la mirada fija y el mate en la mano, emo­cionada. Chicho la mira de reojo. CHICHO.—Cébese otro, tía. Pero calentito, ¿eh?
ANYULA.—Sí, querido, sí.
Anyula sale hacia la cocina. Chicho toma el diario. A lo largo de la escena siguiente se irá quedando dormido.
Anyula, en la cocina, toma la pava y la coloca sobre el fuego.
MARÍA.—¿Qué? ¿Va a seguir tomando?
ANYULA.—Está componiendo. Un tango muy lindo.
MARÍA.—Usted es muy buena, Anyula.
ANYULA.—¿Qué querés? Es mi sobrino preferido. Carmelo es muy bueno, también, muy trabajador. Ya sabes cómo lo quiero. Pero Chicho... ¡qué sé yo! Es un artista.
MARÍA.—(Irónica.) Sé...3 Un artista.
ANYULA.—Como papá.
La Nona agita la bolsita de pochoclo vacía.
NONA.—Má pochoclo.4
MARÍA.— ¡Qué pochoclo! Ahora vamos a cenar.
La Nona agita la bolsita vacía cerca de la cara de Anyula.
NONA.—Má pochoclo, nena.
ANYULA.—No quedó más, mamá. (A María.) ¿Le voy a comprar?
MARÍA.—¡Pero no! No tiene que comer porquerías.
NONA.—(A María) ¿No tené salamín?
MARÍA.—¡Qué salamín! Espere la cena, le dije.
Sin que nadie lo advierta, la Nona agarra un pan y se lo mete en el bolsillo.
NONA.—¿Un po de formayo?5
MARÍA.—¡Nada, le he dicho! Aguántese hasta la cena. Vaya a su pieza, vamos. Cuando esté la cena, yo la llamo. (La toma y la encamina hacia la pieza. En ese momento María descubre el bulto que hace el pan en el bolsillo de la Nona.) ¿Qué tiene en el bolsillo? (Le saca el pan.) ¡Pero qué cosa! (Introduce a la Nona en la pieza y se vuelve. La Nona sale rezongando.) No tiene que comprarle todo lo que le pida, Anyula.
Anyula comprueba si el agua está caliente y cambia la yerba del mate. Del interior de la casa sale Marta, una chica de veinte años.
MARÍA.—¿Todavía no está la cena?
ANYULA.—Falta todavía.
MARÍA.—¿Vas a salir?
MARTA.—Estoy de turno.
MARÍA.—¿Otra vez? Esta semana ya van tres veces. ¿No es una vez por semana?
MARÍA.—Sí... pero esta semana es así. ¿Me prestas tu reloj?
María sale hacia el interior. Anyula termina de cebar un mate y se dirige a la pieza de Chicho. Golpea, espera, y al final entra. Mi­ra cariñosamente a Chicho, que está dormido; le saca el diario de las manos, apaga la luz y sale. Marta se pasea impaciente.
Mientras transcurre esta escena, la Nona sale sigilosamente, ro­ba un pan y vuelve a su habitación.
Anyula, entretanto, ya ha vuelto a la cocina y se pone a trabajar en la cena. María sale del interior con un reloj, que entrega a Mar­ta.
MARÍA.—¿No vas a comer nada, entonces?
MARTA.—Como algo cerca de la farmacia.
MARÍA.—¡Nena...! Te vas a enfermar.
MARTA.—La farmacia es un trabajo sacrificado. Ya lo sabés.
MARÍA.—Sí, pero vos vendés perfume. ¿Por qué te tenés que quedar toda la noche?
MARTA.—¡Ay, mamá...! Querés que te lo explique todo.
De la calle llega el sonido de varios bocinazos.
MARTA.—Ahí está el farmacéutico. Chau. (Besa a María.) Chau, tía.
Al salir tropieza en la puerta con Carmelo, su padre, que ingre­sa desde la calle con un paquete debajo del brazo.
CARMELO.—¿Te vas?
MARTA.—Estoy apurada. Chau, papá.
Besa a Carmelo rápidamente y sale. Carmelo la mira salir y se va hacia María.
CARMELO.—Estás de turno otra vez. Pobre nena. Lo que es el farmacéutico ese debe ganar bien. Dos por tres cambia de auto. Hoy se vino con un Falcon. (Tiende el paquete a María.) To­ma. Todo lo que quedó. María abre el paquete y saca unas verduras.
MARÍA.—No me trajiste perejil.
CARMELO.—Lo vendí todo.
MARÍA.—¡Justo hoy que hice guiso! Carmelo saca un cuadernito del cajón del aparador.
CARMELO.—Un perejil lindo, crespito. Me lo sacaron de la mano.
MARÍA.—Y los zapallitos no van a alcanzar.
CARMELO.—¡Tenés como dos kilos ahí! Ayer traje cinco.
MARÍA.—(Con un gesto que significa «no es extraño».) ¿Y...?
CARMELO.—Si traigo todo lo que me pedís... Para eso cierro el puesto. Le digo al mayorista que me traiga el pedido a casa.
Se hace una pausa.
ANYULA.—Yo casi ni comí zapallitos ayer.
CARMELO.—¡Bah, Anyula...! Si no digo por usted.
ANYULA.—Es que yo soy una carga.
MARÍA.—Anyula... hágame un favor. Crúcese hasta lo de Vi­cente y traiga dos kilos de zapallitos y un poco de perejil.
Le tiende el dinero y Anyula sale.
CARMELO.— ¡Mirá vos...! ¡En mi casa hay que ir a comprarle al chorro6 ese!
Carmelo anota las ventas del día en el cuadernito.
MARÍA.—¿Cómo anduvo?
CARMELO.—Bien... Viste lo que quedó. En ese barrio se vende muy bien (Pausa.) ¡Eh... si nosotros podríamos vivir sin problemas!
Carmelo sigue haciendo cuentas mientras María llena la olla con cantidades impresionantes de verdura. Carmelo termina de hacer las cuentas y se queda pensativo, con la cabeza entre las ma­nos.
CARMELO.—¡Qué lo parió!7
MARÍA.—¿Qué pasa?
CARMELO.—¿Qué va a pasar? Que no llegamos a fin de mes. ¡Eso pasa! ¿Vos anotaste todos los gastos?
MARÍA.—Falta lo de hoy.
CARMELO.—Y Bué... (Le muestra.) Y todavía falta lo de hoy. (Cierra el cuaderno con fastidio y lo guarda en el aparador.) No sé... No pagamos alquiler... no nos damos lujos... Yo, ni ropa me compro. MARÍA.—Yo tampoco.
CARMELO.—Esto no puede seguir así. La idea de ahorrar para poner el mercadito, bueno... Mejor que me la olvide. Pero si esto sigue así, voy a tener que vender el puesto de la feria.
Se hace una pausa.
MARÍA.—Si tu hermano trabajara...
CARMELO.—¿Otra vez con eso? Eh... Chicho es un artista.
MARÍA.—¡Un artista! Pero come y vive a costa tuya.
CARMELO.—Uno de estos días la pega8 y nos vamos todos para arriba.9 (María lo mira significativamente.) Digo yo... Con eso puede ganar mucha plata.
MARÍA.—¿Componiendo tangos? ¿Me querés decir quién gana plata hoy componiendo tangos? CARMELO.—Según él, los puede vender al Japón.
MARÍA.—Por favor, hace veinte años que está componiendo y nunca terminó nada.
CARMELO.—Sé... la verdad que... Pero a Chicho lo podemos aguantar. En lo que más gasta es en yerba. Anyula, pobrecita... La10 Martita aporta lo suyo.
En ese momento sale la Nona de la pieza y cruza un mirada con Carmelo.
CARMELO.—No... el problema de esta casa es otro.
NONA.—(Imperativa.) ¡E cuándo si manya!11
MARÍA.—Le dije que le iba a avisar.
NONA.—(Se sienta a la mesa.) La picadita.12
María llena un plato con fiambres, aceitunas, queso, etc., y se lo tiende a la Nona, que comienza a comer vorazmente. Simultá­neamente, ingresa Anyula con un paquete de zapallitos y un ramo de perejil. Se lo entrega a María.
MARÍA.—Gracias, Anyula. Dígale a Chicho que venga a cenar.
Anyula se dirige hacia la pieza de Chicho. Lo observa dormido.
ANYULA.—Chicho... a comer.
Chicho emite un gruñido.
ANYULA.—A comer, querido.
CHICHO.—(Semidormido.) Cébese unos mates, tía.
ANYULA.—Está la cena servida. Después te hago los matecitos, ¿eh? Vamos.
NONA.—U pane.13
MARÍA.—(A Carmelo.) Saca pan del aparador.
Carmelo saca una panera y la coloca sobre la mesa. La Nona, entretanto, echa en el plato de sopa todas las sobras de la «pica­da».
MARÍA.—Vos sentate, Carmelo. Anyula, sírvale la sopa a Car­melo.
En el momento en que Carmelo se sienta, la Nona sin dejar de comergolpea con el tenedor el borde del vaso, reclamando vino. Carmelo se levanta y saca una botella del aparador. CARMELO.—El destapador, María.
María saca un destapador del cajón de la mesada y se lo tiende a Carmelo, mientras la Nona sigue golpeando.
CARMELO.—¡Ya va, Nona! No sea impaciente.
Carmelo comienza a destapar la botella, mientras la Nona sigue golpeando. Anyula coloca un plato de sopa en la mesa, frente al lugar que ocupa Carmelo.
NONA.—¿No hay escabeche?
María busca un frasco de escabeche y se lo tiende a la Nona, que lo vacía en el plato. Carmelo termina de destapar la botella y María sirve los platos de sopa para Anyula y para ella. CARMELO.—(Por el tenedor.) Saque eso, Nona.
Carmelo le sirve vino. Finalmente, todos se sientan a la mesa y se disponen a tomar la sopa. NONA.—Termené.
Anyula se levanta.
MARÍA.—Déjeme a mí.
Anyula y María se dirigen a las hornallas para servir el guiso a la Nona.
MARÍA.—Tráigame un plato hondo, Anyula.
Las dos mujeres se ponen a trabajar activamente.
NONA.—Formayo.
Carmelo se levanta, saca un pedazo de queso de la heladera y se lo pone delante a la Nona. La Nona vuelve a reclamar vino. Car­melo le sirve. María coloca frente a la Nona un plato de guiso cubierto hasta los bordes.
NONA.—Formayo.
CARMELO.—¡Y ahí tiene, Nona!
NONA.—(Enojada.) ¡Ma no! ¡Formayo de rayar!
Carmelo toma el queso fresco y se dispone a llevarlo nuevamen­te a la heladera. La Nona se lo saca de la mano.
NONA.—Ma no, ya que está, decalo.
Se lo come. Anyula se dirige hacia el aparador.
ANYULA.—Creo que hay rallado.
Vuelve con una quesera y la coloca frente a la Nona, que echa en el plato. Al mismo tiempo observa la comida.
NONA.—¿Y el perejil?
María toma el ramo de perejil y lo corta con las manos.
NONA.—¡El perequil, María!
CARMELO.—¡Ya va, Nona!
María echa el perejil en el plato de la Nona. Esta le agrega pan cortado, queso y todo lo que encuentra a mano. Los demás co­mienzan a comer después. Aparece Chicho. Al verlo, Anyula se po­ne de pie y le deja su lugar. Chicho, que trae el diario bajo el bra­zo, se sienta a la mesa.
CHICHO.—¿Queda algo?
ANYULA.—Hay guiso calentito.
CHICHO.—Si no hay, no importa.
ANYULA.—Come el mío. Te llamé, pero estabas dormido. No te quise despertar.
CHICHO.—No dormía, tía. Escuchaba mi música.
MARÍA.—(Irónica.) ¡Jmmm!
CHICHO.—Me gusta cerrar los ojos y escuchar mi música.
NONA.—Má guiso.
MARÍA.—No hay más.
Chicho le cede una cucharada de guiso a la Nona.
CHICHO.—Tome, Nonita.
CARMELO.—No le des más, que ya comió.
CHICHO.—Un poquito. ¿Cómo le vas a negar un poco de comi­da a la Nonita? (Le acaricia la cabeza.) Nonita... la cabeza blanca como paredón iluminado por la luna. Y esas arrugas que son surcos que traza el arado del tiempo.
ANYULA.—(Embelesada.) ¡Qué cosas lindas decís!
CHICHO.—Nonita... ¿Se acuerda cuando me llevaba a pasear a la plaza?
La Nona, que ya terminó con la porción que le dio Chicho, mi­ra fijamente el plato de su nieto. CHICHO.—Un niño que descubría un mundo agarrado a la pollera de una abuela.
Le agarra la mano en el preciso momento en que la Nona ha to­mado un pedazo de pan e intenta mojar en la salsa del plato de Chicho.
CHICHO.—Nonita... el niño aquel se hizo hombre y la abuela es un rostro dulce que lo mira desde el marco de una pañoleta negra.
Durante esta última tirada se ha producido un forcejeo de la Nona por tratar de untar el pan en el plato de Chicho. Finalmen­te, lo logra y come. Busca más pan, pero no hay.
NONA.—U pane.
CARMELO.—¿Qué pan, Nona? Ya comió.
NONA.—¿Galleta marinera no tené?
CARMELO.—¡Qué galleta marinera! ¡Vamos! Váyase a dormir.
NONA.—El postre.
CARMELO.—María, dale dos manzanas. Y que se vaya a la pieza. ¡Vamos!
María saca dos manzanas de la frutera y se las entrega a la No­na, que se las coloca en el bolsillo.
CHICHO.—Dejala un rato más. Es casi el único momento que tengo para estar con ella.
MARÍA.—¡Claro...! ¡Cómo usted está tan ocupado...!
CARMELO.—Que se vaya a la cama (A Chicho.) Tenemos que hablar. Vamos, Nona.
La Nona se levanta pesadamente. Al pasar, roba una banana que hay sobre la mesa y se dirige a su pieza.
NONA.—A domani.14
Todos saludan. Se hace un silencio. Chicho come, mientras Carmelo espera que la Nona ingrese a su pieza.
CARMELO.—Usted también puede irse a la cama, tía.
ANYULA.—Tengo que ayudarle a María a lavar los platos.
CARMELO.—Deje. Hoy la ayudo yo. Váyase a dormir.
Se crea una pausa. Anyula mira a María y comprende que debe irse. Chicho advierte también el clima y comienza a ponerse ner­vioso. Simula interesarse en la lectura del diario.
ANYULA.—Hasta mañana, entonces.
Todos saludan. Anyula sale y se produce una pausa tensa. Car­melo busca la manera de empezar el diálogo. María, que se ha puesto a lavar los platos, está evidentemente, expectante. Chicho comienza a ponerse a la defensiva. Carmelo saca una botella de grapa y se sirve.
CARMELO.—Oíme Chicho... Yo sé que vos sos muy sensible a estas cosas.
Chicho le aprieta la muñeca a Carmelo y hace un gesto de do­lor.
CHICHO.—¿Le pasa algo a la Nonita? ¿Está en yantas? 15
CARMELO.—¿Cómo?
CHICHO.—¿Está chacabuca?16 (Carmelo lo mira.) ¿Enferma?
CARMELO.—¿Quién?
CHICHO.—La Nonita.
CARMELO.—Está mejor que nunca. ¿No la viste?
CHICHO.—Mi Nonita... Si le pasara algo, no podría soportarlo. (Señala con la mano hacia la puerta de la pieza de la Nona, co­mo los escolares cuando dicen un verso.) La abuela, en cuyo re­gazo alguna vez...
CARMELO.—¡Pará! ¡Pará! (Pausa.) Oíme, Chicho... Esta casa no puede seguir así.
Chicho lo mira con desconfianza.
CARMELO.—Este mes no llegamos.
CHICHO.—¿Adónde?
CARMELO-—¡Con la guita!17 No llegamos.
Chicho se toma la frente y se queda con la mirada baja.
CARMELO.—Oíme... ya sé que estas cosas te hacen mal, pero te­nés que hacerle frente de una vez por todas. Vos sos un artista, lo sé...
Chicho asiente con la cabeza.
CARMELO.—Nunca te hablé de los problemas de la casa.
CHICHO.—Ya no voy a poder componer. ¡No voy a poder com­poner!
CARMELO.—¡Pero tenés que entenderlo! El puesto de la feria no da para más, ¿entendés? ¡No da para más! (Señala hacia la pieza de la Nona.) Me lo está morfando.18
MARÍA.—Bajá la voz que te puede oír.
CARMELO.—(Cuchichea.) ¡Me lo está morfando! ¿Me oís? Es como mantener a diez leones juntos.
CHICHO.—(Lamentoso.) Nonita...
CARMELO.—¡Nonita, Nonita, pero nadie hace nada!
CHICHO.—Serví una copita, Carmelo.
Carmelo, de mala gana, le sirve grapa.
CARMELO.—Yo no sé... O esto se soluciona, o... tiene que ha­ber otro ingreso.
CHICHO.—(Detiene la mano en el momento que lleva la copita a la boca y pone cara de susto.) ¿Otro ingreso?
CARMELO.—Y claro.
Se hace una pausa prolongada. Chicho bebe un largo trago.
CHICHO.—¿Y vos podrás tener otro trabajo?
CARMELO.—¿Otro trabajo? ¿Pero vos estás loco?
MARÍA.—Carmelo se levanta a las cuatro de la mañana y vuelve a las ocho de la noche. CARMELO.—Pará, María.
CHICHO. —¿Y la Martita?
CARMELO.—Marta trabaja. Algo aporta.
CHICHO.—Entonces, no sé... No se me ocurre nada.
Se hace una pausa. Carmelo y María se miran.
MARÍA.—¿El pescadero no te dijo que precisaba un ayudante?
Pausa tensa.
CARMELO.—Sí... Un ayudante.
CHICHO.—Ahora, digo yo... La Nona está muy viejita, ¿no?
CARMELO.—Sí. ¿Y?
CHICHO.—Y bue... ¿Cuánto más puede...? (Lloroso.) ¡Dios le dé larga vida! Uno... dos añitos... Pasan volando.
CARMELO.—Cuando cumplió ochenta y ocho, me dijiste lo mismo, y tuve que vender el taxi. CHICHO.—¡Y bueno! Pasaron doce años. Se la ve avejentada.
CARMELO.—¿Y qué querés? ¿Que ahora tenga que vender el puesto de la feria?
CHICHO.—No, eso no.
CARMELO.—Entonces voy a tener que hablarle al pescadero.
CHICHO.—¡Pará... pará! Estas cosas hay que pensarlas bien. No hay que apurarse. (Toma el diario y se pone a leer los avisos clasificados.) Algún laburo19 tranquilo tiene que haber. Carmelo mira a María y le hace un gesto de satisfacción.
CHICHO.—¿Ves? Aquí hay uno. (Lee.) «Persona adulta se nece­sita para todo tipo de cobranzas.»
CARMELO.—Bueno... Si lo del pescadero no te gusta y las cobranzas te dejan... Para mí es lo mismo. (A María.) ¿No?
CHICHO.—(Sin dejar de leer.) No es para mí. Pensaba en la Nona.
CARMELO y MARÍA.—¿En la Nona?
CHICHO.—Y claro. ¿No dijiste que el problema de esta casa es la Nona? Y bueno... hay que resolverlo con la Nona.
CARMELO.—¿Pero cómo vas a mandar a la Nona a hacer cobranzas?
CHICHO.—Se las puede rebuscar por el barrio. Le ayudamos a cruzar la avenida y puede agarrar todo el sector comercial.
CARMELO.—¡Pero no, Chicho! Además, se va a hacer un lío con la plata.
CHICHO.—Le anotamos en un papelito...
CARMELO.—¡No va, Chicho!
MARÍA.—(Que ha terminado de lavar los platos, escandalizada.) Yo me voy a dormir. ¿Vamos, Carmelo?
María sale. Carmelo se pone de pie.
CARMELO.—Y ya sabés, mañana le hablo al pescadero.
CHICHO.—¡Pará un poquito! (Obliga a Carmelo a sentarse.) Lo de las cobranzas no va. Está bien. Pero tiene que haber otra cosa.
CARMELO.—Oíme, dejate de líos.
CHICHO.—(Que sigue recorriendo los avisos.) ¡Es increíble la falta de oportunidades que hay en este país!
CARMELO.—Pero escuchame, Chicho... ¡tiene cien años! ¿Dónde va a conseguir laburo? CHICHO.—¿Y por qué no? La gente, cuando no trabaja, se muere. Además, acá se aburre todo el día. ¿Y en lo del pescade­ro? Según vos, es un trabajo tranquilo.
CARMELO.—Pero tenés que levantarte a las cuatro de la mañana.
CHICHO.—¡Ah, y me lo querés encajar a mí!
CARMELO.—Pero escúchame... Para vos es un laburo ideal. Haces el turno de la mañana. De cinco a una.
CHICHO.—¡Ocho horas!
CARMELO.—Tenés toda la tarde libre.
CHICHO.—Yo a la tarde no puedo componer, Carmelo.
CARMELO.—Bueno... ¡que sé yo! Por ahí te puedo conseguir el turno de la tarde. (Se pone de pie.) Y me voy a dormir.
CHICHO.—¡Para un cacho! (Con gesto de descubrimiento.) ¡Ya está! ¿Pero cómo no se nos ocurrió? Carmelo lo mira.
CHICHO.—La jubilamos.
CARMELO.—¿A la Nona?
CHICHO.—Y claro. ¿Cómo se llamaba aquel amigo tuyo que era gestor?
CARMELO.—¿Y jubilarla de qué? Si la Nona nunca laburó.
CHICHO.—Qué sé yo... (Piensa rápidamente.) Profesora de ita­liano.
CARMELO.—¡Pero vos estás loco!
CHICHO.—Bueno... eso se piensa. Hablale a tu amigo.
CARMELO.—¡Pero no! Además, la jubilación es una miseria. ¡No, Chicho, no! Y me voy a la cama. Carmelo se encamina hacia la habitación. Chicho, alterado, va detrás de él.
CHICHO.—Pará... pará... (Lo toma antes de que llegue a la puerta.) Tomemos otra copita, ¿eh? Carmelo, desganado, vuelve hacia la mesa.
CHICHO.—¡Dale, serví! Carmelo llena las copitas.
CHICHO.—Escúchame... ¿Por qué no la hacemos ver por un médico?
CARMELO.—Desde que tengo uso de razón, jamás vio un médi­co.
CHICHO.—Qué querés que te diga... Yo no la veo nada bien.
CARMELO.—Si el hambre es salud...
CHICHO.—No te engañés, Carmelo. Está comiendo menos. Hoy al mediodía no almorzó.
CARMELO.—(Con asombro.) ¿No almorzó?
CHICHO.—Bueno, casi... Y a la tarde... estábamos solos, le ofrecí café con leche y no quiso.
CARMELO.—¿No quiso? ¿Seguro?
CHICHO.—Como lo oís. Y me dijo que iba a empezar a hacer ré­gimen.
Carmelo hace un gesto y bebe un trago de grapa. En ese mo­mento ingresa la Nona, vestida como cuando se acostó.
NONA.—Bonyiorno.20
CARMELO.—¡Nona! ¿qué hace levantada?
NONA.—Vengo a manyare el desachuno.
CARMELO.—¿Qué desayuno?
NONA.—El desachuno. E la matina.21
CARMELO.—¿Qué matina? Son las diez de la noche.
NONA.— (Enojada) Ma, ¿y la luche?
CARMELO.—(Mira a Chicho.) La luche...¿Qué luche?
NONA.—(Más enojada.) ¡La luche! ¡II giorno!22
CARMELO.—Es la luz eléctrica, Nona. Mire...(Levanta la corti­na que da al patio) ¿No ve que es de noche?
NONA.—Ma...tengo fame.23
CARMELO.—Hace quince minutos que terminó de comer.
NONA.—¿Quince minutos? Con razón. ¿No tené un cacho de mortadela?
CARMELO.—Es hora de dormir, no de comer. ¡Va...! Vamos a la cama.
NONA.—(Se sienta a la mesa.) Ma... ya que estamo. El desachuno.
CARMELO. —(Fastidiado.) ¡Qué desayuno ni desayuno! ¡Va­mos! (La toma como para levantarla.) CHICHO.—Pará, Carmelo... (Acaricia la cabeza de la Nona.) Nonita...
La Nona le guiña un ojo a Chicho.
NONA.—Dame un cacho de mortadela.
CHICHO.—Sí, Nonita, sí... Carmelo, hacele un sánguche a la Nona. Y después se va a la cama, ¿eh?
La Nona dice que sí con la cabeza y Carmelo comienza a prepa­rar el sándwiche. Chicho, entretanto, mira fijo a la Nona tratando de descubrir algo.
CHICHO.—Usted, Nonita... ¿Nunca le duele nada? (Le toca donde supone que está el hígado.) ¿Aquí? ¿Duele?
La Nona le saca la mano. Chicho, ansioso, insiste.
CHICHO.—¿Duele?
NONA.—(Ríe). Me fa cosquiya. (A Carmelo.) Bien cargadito, Carmelo.
CHICHO.—¿Y el pulsito? ¿A ver...?
Le toma el pulso y le observa la muñeca.
CHICHO.—¿Y ese sarpullido? No me gusta nada.
En ese momento llega Carmelo con el sándwiche. La Nona se desprende de Chicho y toma el sándwiche ansiosamente.
CARMELO.—Y ahora a la cama. Vamos.
La Nona sale masticando. Ambos la miran salir.
CARMELO.—Así que régimen, ¿eh?
CHICHO.—Yo no la veo nada bien.
CARMELO.—(Se encamina hacia la pieza). ¡Dejate de joder!
CHICHO.—Escúchame... hagámosla ver por un médico. No se pierde nada. Además...tiene cien años. Ponele que te diga un año, ¿viste? Para qué te vas a andar haciendo mala sangre con el laburo, ¿no? CARMELO.—(Luego de una pausa.) Está bien. Vamos a ver qué dice el médico.
CHICHO.—Fenómeno, Carmelo.
Carmelo sale. Chicho, alegre, bebe el resto de grapa. Carmelo reaparece.
CARMELO.—(Le apunta con el índice.) Pero si, como pienso, no tiene nada, mañana mismo le hablo al pescadero.
Carmelo sale. Las luces se apagan sobre el rostro preocupado de Chicho.

La mañana del día siguiente; Chicho se pasea por la cocina de un lado para otro, nervioso. Anyula, sentada en un costado, reza el rosario.
CHICHO.—(Para sí.) Ya deberían estar de vuelta, ¿no? (Pausa.) Y... se veía que la Nonita no estaba nada bien. Seguramente tu­vieron que dejarla internada. (Se detiene y observa a Anyula.) ¿Qué hace, tía?
Anyula no lo escucha.
CHICHO.—¡Tía!, ¿Qué hace?
ANYULA.—Rezo por la salud de mamá.
CHICHO.—¡No haga nada! Pare. Cébese unos mates, mejor.
Anyula se levanta y se pone a preparar el mate.
ANYULA.—Dios quiera que mamá esté bien.
CHICHO.—Y... pero por algo tardan tanto.
ANYULA.—Los hospitales... ya sabes cómo son. En las clínicas privadas te atienden más rápido, pero... Todo es cuestión de suerte, querido. Mirá lo que pasó con tu tío Pancho en una clí­nica privada. Lo mataron, pobrecito. ¡Lo mataron!
CHICHO.—¿Qué clínica era?
ANYULA.—No sé... Ahí por Constitución.
CHICHO.—(Para sí.) Por Constitución... (Pausa.) Por ahí tu­vieron que dejarla internada. En fin... hizo su vida.
En ese instante ingresa la Nona desde la calle, caminando rápi­damente, ante la mirada atónita de Chicho. Detrás llegan María y Carmelo.
NONA.—Bonyiorno... La picadita.
La Nona se sienta frente a la mesa. María sale hacia su pieza. Anyula va detrás de ella.
ANYULA.—María... ¿Qué dijo el médico?
Ambas mujeres salen. Chicho, ansioso, se enfrenta a Carmelo.
CHICHO.—¿Cómo? ¿La trajeron?
CARMELO.—(Duro) ¿A quién?
Chicho señala con un cabeceo a la Nona.
CARMELO.—¿Y dónde se iba a quedar?
CHICHO.—En el...
Chicho hace otro cabeceo, como señalando el hospital. Carme­lo lo mira sin entender.
CHICHO.—Nona... ¿Por qué no se va a su pieza?
NONA.—Ma no. Estoy bien acá.
CHICHO.—Tiene que descansar un rato. Vaya.
NONA.—La picadita.
CARMELO.—¿Qué picadita? Son las once de la mañana.
Chicho se dirige al armario, saca una bolsa de papas fritas y se las entrega a la Nona.
CHICHO.—Tome. Pero se va a su pieza, ¿eh?
La Nona toma la bolsa y se dirige a su habitación. Chicho espe­ra que la Nona salga.
CHICHO.—Bueno ¿y?
CARMELO.—Está fenómena.24
CHICHO.—¿Cómo fenómena?
CARMELO.—¡Fenómena! No tiene nada.
CHICHO.—¿Cómo no va a tener nada?
CARMELO.—Nada. ¿Sabés qué dijo el médico? «Tienen abuela por muchos años.»
CHICHO.—¿Por cuántos?
CARMELO.—¡Qué sé yo, Chicho! Quiso decir que está muy bien.
CHICHO.—¡Pero vos debiste haberle preguntado!
CARMELO.—¿Preguntado qué?
CHICHO.—Por cuántos años. Para eso fuiste, ¿no?
CARMELO.—¿Pero no te digo que está perfecta?
CHICHO.—Bueno... pero vos sabés cómo son los médicos, Car­melo. ¡Unos años...! (Lo mira y levanta dos dedos.) ¿Dos años...
CARMELO.—Oíme, Chicho. «Muchos años», dijo. ¿Entendés? ¡Muchos años! Así que esta tarde le hablo al pescadero.
CHICHO.—¡Pero, pará! Vamos por partes. ¿La revisaron bien?
CARMELO.—¡Y claro!
CHICHO.—¿A ver? ¿Qué le hicieron?
CARMELO.—De todo. Revisación completa, hasta un electro­cardiograma.
CHICHO.—¿Y?
CARMELO.—Perfecto.
CHICHO.—¿Con esfuerzo también?
Carmelo lo mira.
CHICHO.—Eso que te hacen pedalear para ver si el corazón... (Hace un gesto como de reventar).
CARMELO.—No eso no.
CHICHO.—¿No ves? (Enojado.) ¡No es serio, Carmelo! Dejame de joder.
CARMELO.—Escuchame, Chicho... Vos querías que la viera un médico, ¿no? Bueno, la vio. Y más de uno. Y está bien, ¿oís? ¡Perfectamente bien! Y me voy a la feria.
Carmelo hace un ademán de ponerse de pie.
CHICHO.—(Ansioso) ¿Y régimen de comidas?
CARMELO.—Que coma lo que quiera. Que ella misma se va a poner sus propios límites.
CHICHO.—¿Qué límites?
CARMELO.—Eso digo yo. ¡Qué límites!
Carmelo se pasa la mano por la cara. Anyula aparece y comprueba si el agua del mate está caliente. Carga el mate con yerba.
ANYULA.—Qué suerte que mamá esté bien, ¿no?
CHICHO.—¿Y la presión?
CARMELO.—Ocho y trece.
CHICHO.—¡Veintiuno! Es una enormidad.
CARMELO.—No, animal. Ocho de mínima y trece de máxima. Y me voy. (Nuevo ademán de salir.)
CHICHO.—Y del sarpullido, ¿Qué dijo?
CARMELO.—¿Qué sarpullido?
CHICHO.—¡Cómo! (Exagera.) Tiene todo el brazo tomado.
CARMELO.—Nada.
CHICHO.—¡Escuchame! Eso puede ser lepra.
CARMELO.—¡Pero, por favor, Chicho!
Carmelo se pone de pie.
CHICHO.—Yo creo que habría que hacer una consulta.
CARMELO.—¿Pero para qué?
CHICHO.—Parece que hay una clínica muy buena por Constitu­ción. Yo te voy a averiguar.
CARMELO.—¡Basta, Chicho! Quedamos en que la viera un mé­dico, ¿no? bueno... la vio, y más de uno.
Anyula se acerca y le tiende un mate a Chicho mientras le acari­cia la cabeza.
ANYULA.—¡Cómo te preocupa la salud de mamá...!
CHICHO.—¿Le miraron la dentadura?
CARMELO.—Perfecta. Dijo que tiene los dientes como un muchacho de veinte años.
CHICHO.—¡Dios mío!
Aparece María con dos changuitos y varias bolsas de compras.
MARÍA.—Vamos, Anyula.
Anyula y María salen hacia la calle ante la mirada de desespera­ción de Chicho y de resignación de Carmelo.
CHICHO.—Escuchame, Carmelo... en el café hay un pibe que estudia para dentista. Anda en la mala.25 Por cincuenta lucas26 le saca todos los dientes.
Carmelo se pone de pie.
CARMELO.—¿Qué turno preferís? ¿El de la mañana o el de la tarde?
CHICHO.—(Alarmado) ¡Pará... pará!
Chicho observa que nadie escuche. Crea una pausa expectante.
CHICHO.—Escuchame... escúchame bien, ¿eh? (Se acerca como para una confidencia.) ¿Y si la hacemos... yirar?27
CARMELO.—¿Hacerla qué?
CHICHO.—(Carraspea y hace un gesto cómplice.) Yirar... Hacer la calle.
Carmelo lo mira.
CHICHO.—A la Nonita...
Carmelo agarra a Chicho por el cuello.
CARMELO.—¿Qué decís?
CHICHO.—¡Pará... soltá!
CARMELO.—Nuestra familia fue siempre decente. Pobre, pero decente.
CHICHO.—¡Pará! (Logra soltarse.) No te pongas moralista, Carmelo. Hoy en día nadie vería mal una cosa así.
CARMELO.—¿Pero cómo vamos a hacer yirar a la Nona?
CHICHO.—Escuchame... Puede andar un vagón.28
CARMELO.—¿Pero quién va a querer...? (Señala hacia la pieza de la Nona.)
CHICHO.—¿Quién va a querer? Está lleno de degenerados, Car­melo. Los tiempos cambiaron. En Suecia andan con los perros ¿Sabías?
Carmelo hace un gesto de sorpresa.
CARMELO.—¿Cómo los perros?
CHICHO.—¡Cómo lo oís! ¡Con los perros! Y bueno... Entre un perro y... (Señala hacia la pieza de la Nona.) ¿Por qué no? Y ella se puede divertir.
CARMELO.—¡Pero no, Chicho! ¡Estamos todos locos! ¿Cómo nosotros... de qué manera...?
CHICHO.—¿De qué manera? Como se hacen estas cosas. La pa­rás en el cruce a las tres de la mañana... Escuchame: los que vienen en banda29 y medio mamados30 agarran cualquier cosa. CARMELO.—(Luego de analizar la posibilidad.) ¡Pero no, Chicho, terminala! Hoy mismo le hablo al pescadero.
Carmelo sale hacia la calle. Chicho queda con la cabeza entre las manos. Un instante después entra la Nona agitando la bolsita de papas fritas vacía.
NONA.—Papa frita.
Chicho la mira.
NONA.—Papa frita, Chicho.
Chicho la sigue mirando mientras la Nona agita la bolsa vacía. De pronto, va irguiéndose en la misma medida que la cara se le ilumina. Se pone de pie y observa que no haya nadie cerca. Luego se acerca a la Nona y le acaricia la cabeza.
CHICHO.—Nona... Nonita... ¿No quiere que salgamos a dar un paseo?
NONA.—¿Paseyata?
CHICHO.—Eso. Una paseyata, ¿eh?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO.—A tomar un poquito de sol... (La toma como para levantarla.) A la placita. ¿eh?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO.—Vamos... le va a hacer bien. Necesita caminar un poco. (Hace más presión para levantarla.)
NONA.—¡Me va fangulo!31 Dame papa frita.
CHICHO.—(La suelta.) Bueno, Nona, Bué... Está bien. (Se pasea pensativo.) Me voy solo. Me siento a tomar sol... me compro una bolsa grande de pochoclo... (La mira de reojo.)
NONA.—(Se le ilumina el rostro.) ¿Pochoclo?
CHICHO.—Una bolsa bien grande. Y me la voy a comer toda.
NONA.—¿Me va a traer pochoclo?
CHICHO.—¡Ah, no...! Ahora... si quiere venir conmigo, la convido.
La Nona se pone de pie.
CHICHO.—Muy bien, Nonita.
Chicho la toma por el hombro y se dirigen hacia la salida.
CHICHO.—Un lindo paseíto, ¿eh?
NONA.—(Se detiene.) ¿Y el pochoclo?
CHICHO.—El pochoclo, claro.
NONA.—¿Una bolsa bien grande?
CHICHO.—Grande. Bien grande.
NONA.—Y quiero lupines, también.
CHICHO.—No existen más los lupines, Nona.
NONA.—¡Quiero lupines!
CHICHO.—Está bien. Vamos a ver si conseguimos.
Chicho arrastra a la Nona hacia la calle. Apagón. Se ilumina la cocina. En escena están Carmelo, que se pasea nerviosamente de un lado para otro; Anyula reza el rosario sentada en un rincón;
Chicho está acodado en la mesa, con la cabeza entre las manos. Un instante después ingresa María desde la calle. Todos, menos Chicho, la miran expectantes.
MARÍA.—En el barrio nadie sabe nada.
CHICHO.—(Lloroso.) Mi Nonita...
CARMELO.—¡Vos también, Chicho!
CHICHO.—Y fue por darle el gusto. Me dijo: «Chicho, saca­me a pasear; nunca salgo; todo el día metida aquí adentro.»
MARÍA.—Raro... Hace años que no dice de salir.
CARMELO.—¿Te dijo que quería salir?
CHICHO.—¡Creeme, Carmelo! «Quiero caminar un poco.» ¿Y qué cosa más linda que salir a caminar con la Nona?
CARMELO.—Está bien. La llevaste a la plaza... ¿Y?
CHICHO.—Y bueno... Al rato me dijo que se aburría. «¡Siempre esta plaza!, ¡Siempre esta plaza...! ¡Salgamos un poco del barrio!»
CARMELO.—¿Y?
CHICHO.—Y bueno... empezamos a caminar.
CARMELO.—¿Para dónde?
CHICHO.—(Señala imprecisamente.) Para allá.
CARMELO.—Para allá, ¿Dónde?
CHICHO.—Por la avenida... Todo derecho.
CARMELO.—¿Y?
CHICHO.—Y bueno... Charlando, charlando... llegamos al Italpark.
CARMELO.—¿Al Italpark? ¡Pero son como doscientas cuadras!
CHICHO.—Es que la conversación venía interesante. ¡Pero no caminamos todo el tiempo! Quiso tomar un colectivo... des­pués otro... Y cuando vio el Italpark... «Chicho —me dijo—, quiero dar una vuelta en la montaña rusa».
CARMELO.—¿La montaña rusa? ¿Y qué sabe la Nona de...?
MARÍA.—Se pudo haber muerto de un susto.
CHICHO.—¡No, María...! Le hice dar tres vueltas y se divertía.
CARMELO.—Sos un inconsciente, Chicho. (Breve pausa.) ¿Y después?
CHICHO.—¡Después se le ocurrió comer pochoclo...! ¡Y ahí fue el error! Le dije: «No se mueva de aquí que le voy a comprar». Cuando volví... (Llora.) Seguro que se perdió para siempre.
CARMELO.—(Luego de una pausa.) Va a haber que avisar a la policía.
CHICHO.—Esperemos unos días.
Carmelo se pone el saco y se dispone a salir en el momento en que desde la calle ingresa la Nona con un globo rojo en una mano y una «manzanita» a medio comer en la otra.
NONA.—¡Bonasera!32
Apagón rápido.
Las luces iluminan la cocina vacía. Un instante después ingresa desde la calle Carmelo, evidentemente alterado.
CARMELO.—¡Chicho!
Se dirige a la habitación de Chicho. Abre la puerta y comprueba que está vacía. Vuelve a la cocina.
CARMELO.—¡Chicho!
Aparece María desde el interior de la casa.
CARMELO.—¿Dónde está Chicho?
MARÍA.—Salió. ¿No fue a la feria?
CARMELO.—¿Cuánto hace que salió?
MARÍA.—Más de una hora. Yo creí que iba a la feria.
CARMELO.—Le dije que el pescadero lo esperaba hasta las diez. Ah, pero me quedo aquí a esperarlo y me lo llevo a patadas a la feria. Conmigo no va a joder.
Abre el armario, saca la botella de grapa y una copita, y bebe. Del interior aparece Marta vestida para salir.
MARTA.—Hola, papá. ¿Qué hacés a esta hora?
María le hace un gesto y Marta advierte el estado de ánimo de su padre.
MARTA.—Bueno, me voy.
MARÍA.—Supongo que hoy no estarás de turno otra vez.
MARTA.—Y... sí. Pero hasta las dos o tres de la mañana, nada más. Como anoche.
MARÍA.—¡Ay, nena! Ese trabajo tuyo cada vez lo entiendo me­nos.
MARTA.—¡Ya te expliqué! Los turnos son rotativos. Chau.
Marta sale. Se hace una pausa.
MARÍA.—¿Qué quiere decir eso de turnos rotativos?
CARMELO.—(Que no ha escuchado nada de lo que habló.) ¡Conmigo no va a joder! (Mira la hora.) Encima me estoy per­diendo la mejor hora de venta.
MARÍA.—Todas las noches hasta las tres, cuatro de la mañana... Yo no sé...
En ese momento ingresa Chicho, alegre y alzando los brazos con un gesto de victoria.
CHICHO.—¡Todo arreglado! ¡Todo arreglado!
CARMELO.—¡Oíme, atorrante...!
CHICHO.—¿Qué te pasa?
CARMELO.—¿Cómo qué me pasa? ¿No tenías que estar a las diez en la feria?
MARÍA.—Calmate, Carmelo.
CHICHO.—¿Pero no te digo que está todo arreglado? Carmelo... ¡Todo arreglado! La solución para todos. Serví una copita.
Carmelo le sirve y lo mira expectante, al igual que María. Chicho bebe.
CHICHO.—(Triunfal.) ¡La casamos!
CARMELO.—¿A quién?
CHICHO.—A la nona. ¿A quién va a ser? ¡Cómo no se nos ocurrió antes!
CARMELO.—¿Pero vos estás mamado?
CHICHO.—¿Por qué? Ya tengo el candidato y todo.
Ambos lo miran. Pausa.
CHICHO.—Don Francisco, el del quiosco.
MARÍA.—Es muy joven para ella.
CHICHO.—Tiene como ochenta años.
MARÍA.—El hombre tiene que ser mayor.
CHICHO.—Pero. ¿Y qué quieren? ¿Qué consiga uno de ciento cuatro?
Se hace una pausa. Carmelo se sirve y bebe, mientras piensa en el proyecto.
CARMELO.—¿Hablaste con él?
CHICHO.—Por supuesto. Vengo de eso.
CARMELO.—¿Y?
CHICHO.—Está de acuerdo.
MARÍA.—¿Se quiere casar con la Nona?
CARMELO.—(A María.) ¡Pará! (A Chicho.) ¿Qué le dijiste?
CHICHO.—Bueno... que precisaba una mujer. Me dijo que sí, que se sentía solo. Y yo le dije que tenía una candidata. De la familia.
CARMELO.—La Nona.
CHICHO.—Bueno... prácticamente se lo di a entender.
Carmelo lo mira significativamente.
CHICHO.—Carmelo, estas cosas se hablan así. Esta noche tene­mos que concretar.
Carmelo se queda pensativo.
CHICHO.—(Tímidamente.) Yo creo que es la solución ideal.
CARMELO.—No sé... Don Francisco es una buena persona; tiene plata. Bah, eso se dice. (Bebe un trago.) Está bien. Habla con él. Pero es tu última oportunidad. Si fallás, a la feria. ¡Y doble turno!
CHICHO.—Otra ventaja que vamos a tener son los fasos33 gra­tis.
CARMELO.—Eso no me interesa. A mí, con tal de que le de dé morfar a la Nona me basta.
CHICHO.—Bueno, pero tampoco se las va a llevar todas de arri­ba.34
CARMELO.—¡Oíme, Chicho!, no me vengas con tus teorías ra­ras. La cosa es casar a la Nona, nada más. Con el Francisco.
CHICHO.—Y sí... con el Francisco.
MARÍA.—Pobre Anyula.
CHICHO.—¿Qué pasa con Anyula?
MARÍA.—Anyula lo quiso siempre al Francisco. Y en una época parecía que él... Bueno...
CARMELO.—Esa es otra historia.
MARÍA.—Digo, nomás. Parece ser que la Nona se opuso.
CARMELO.—Bueno, hay que ver...
MARÍA.—¡Eso es cierto! Anyula me lo contó una vez. Aparte, la Nona hizo siempre lo posible para que Anyula no se case. Des­de chica le corrió los candidatos.
CARMELO.—Esa historia a nosotros no nos interesa. Es cues­tión del Francisco; él elige, y elige a la Nona. Esto queda entre nosotros, ¿estamos? Hay que engancharlo al Francisco.
CHICHO.—Vos dejalo por mi cuenta.
CARMELO.—Pero oíme... ¡Eso sí! Yo quiero la cosa legal, ¿eh?
CHICHO.—(Ofendido.) No tenés que decírmelo, Carmelo. Se trata de la Nonita.
CARMELO.—Con libreta y con todo. Y vamos a hacer una gran fiesta.
CHICHO.—(Lagrimeando.) Se nos casa la Nona. Se nos casa la Nonita.
Apagón. Se enciende la trastienda del quisco de don Francisco, un ambiente donde hay una cama, una mesa y dos sillas, rodeadas por cajas de mercadería. Golpean, y Francisco sale a abrir. Un
momento después ingresa Chicho.
CHICHO.—¿Ya cerró?
FRANCISCO.—Eh... a esta hora... para vender dos paquetes de cigarrillos...
CHICHO.—Pero las cosas van bien, ¿eh?
FRANCISCO.—Eh... apenas para comer. Siéntese.
Francisco se sienta frente a Chicho.
FRANCISCO.—Estuve pensando lo que me dijo... La verdad es que estoy muy solo.
CHICHO.—En mi familia va a encontrar un hogar, don Francisco.
FRANCISCO.—Además... bueno, para qué lo voy a negar. Ella me gusta mucho. Se entiende, ¿no? CHICHO.—Bueno, más o menos. Pero en gustos, don Francisco...
FRANCISCO.—No le voy a decir que yo le gusto, pero... (Lo mi­ra.) Supongo que habrá que ablandarla35 un poco.
CHICHO.—No, ya está decidida.
FRANCISCO.—Sí, pero la diferencia de edad...
CHICHO.—¡Vamos! No se va a fijar en eso. Lo importante es el compañerismo.
FRANCISCO.—No crea, que yo todavía... (Se golpea el pecho y ríe.)
CHICHO.—Sí, pero ella...
FRANCISCO.—Ella es un manjar. (Chicho hace un gesto.) ¡Va­mos! Está bien que es parienta suya, pero tiene que entenderlo. Usted es hombre, también. Pero no crea... la diferencia de edad me preocupa. La verdad es que yo necesito una mujer de mi edad.
CHICHO.—Bueno... de edad... de la de ella... Añitos más, añitos menos, ¿eh? Además, la mujer madura tiene más experien­cia... Es un poco mujer y un poco madre. ¡Bué! Ya está decidi­do. Habrá que fijar la fecha y... Eso sí, precisaríamos algún adelanto, ¿me entiende?
FRANCISCO.—Un momento... Las cosas hay que hacerlas bien. Antes quiero hablar con la madre.
CHICHO.—Con la hija, dice usted.
FRANCISCO.—Con doña María.
CHICHO.—La nieta.
FRANCISCO.—No hagamos líos. Yo quiero hablar con doña María y don Carmelo. Lo que diga la chica no me importa. Lo que importa es lo que dicen los padres. Así se usaba en mi pueblo.
CHICHO.—Ah... usted dice... Claro. Usted quiere pedir la mano de Martita.
FRANCISCO.—¿Y de quien estuvimos hablando todo este tiempo? ¿De su abuela?
CHICHO.—No, claro, claro... (Hace tiempo mientras piensa.) Sí, eso de la diferencia de edad es grave. Yo no lo había pensa­do. Martita tiene veinte años... No le gusta el trabajo... Bah, lógico. Quiere divertirse.
FRANCISCO.—Conmigo va a marchar derecho.
CHICHO.—Usted dice, pero después... Una chica así le va a ha­cer la vida imposible. No, don Francisco... tiene razón. Lo que usted precisa es una mujer mayor, que lo ayude en el quiosco, callada... Que lo escuche cuando usted habla...
FRANCISCO.—¿Anyula?
CHICHO.—Bueno... Anyula es un poco chiquilina. Lo ideal se­ría más madura.
FRANCISCO.—¿Sabe que Anyula me gustaba cuando éramos jóvenes?
CHICHO.—No, pero ahora está insoportable.
FRANCISCO.—La madre... Esa tuvo la culpa. Discúlpeme... es su abuela, pero ésa nos arruinó.
CHICHO.—Celos.
FRANCISCO.—¿Cómo?
CHICHO.—Fueron celos. Ella estaba enamorada de usted.
FRANCISCO.—¿La Nona?
CHICHO.—(Asiente, ceremonioso.) Me lo dijo a mí.
FRANCISCO.—(Lanza una carcajada.) ¡Mire usted! La vieja...
CHICHO.—Y todavía lo está.
Francisco lo mira.
CHICHO.—Es el drama de nuestra familia. Francisco... Francis­co... se la oye por las noches.
FRANCISCO.—(Hace los cuernos.) ¡Cruz diablo!36
CHICHO.—Es una historia de amor, don Francisco. (Le toma las manos y le habla lastimeramente.) Cásese con ella.
FRANCISCO.—¿Con la vieja? ¡Ma vos estás loco! Yo quiero a la chica.
CHICHO.—Escúcheme... la Nona está muy enferma.
FRANCISCO.—Es el veneno que tragó.
CHICHO —Los médicos han dicho: «Un mes, cuanto mucho». Ha sufrido, don Francisco. Ha hecho sufrir, pero ha sufrido, como el ave Fénix.37 ¡Démosle un poco de felicidad en sus últi­mos días!
FRANCISCO.—¡Ma vos estás loco! Es como ir un mes a la cár­cel. ¿Por qué lo voy a hacer? ¿Qué gano con eso?
CHICHO.—¿Qué gana? (Hace tiempo mientras piensa) ¿Qué ga­na...? Está bien, se lo voy a decir. Francisco lo mira expectante.
CHICHO.—La herencia.
FRANCISCO.—(Se le ilumina el rostro.) ¿Herencia?
CHICHO.—(Asiente en silencio.) media Catanzaro38 es de ella.
FRANCISCO.—¿De la Nona?
Chicho asiente.
FRANCISCO.—¿Media Catanzaro?
CHICHO.—Bueno... Catanzaro es chica, ¿vio? Pero es una for­tuna.
FRANCISCO.—(Algo desconfiado.) Nunca se dijo.
CHICHO.—Ella lo ocultó siempre.
FRANCISCO.—¿Por qué?
CHICHO.—Bueno... como la plata no se podía traer...
FRANCISCO.—¿Y por qué?
CHICHO.—Hay una ley. Ella tenía que ir a cobrarla allá.
FRANCISCO.—¿Y por qué no fue?
CHICHO.—¿Por qué? (Pausa.) La guerra.
FRANCISCO.—¿Qué guerra?
CHICHO.—¿Cómo qué guerra? ¿Le parece que no hubo guerra?
FRANCISCO.—Hace treinta años que se acabó la guerra.
CHICHO.—Bueno... Pero nunca hay paz entre los hombres, don Francisco.
Francisco hace un gesto para hablar.
CHICHO.—Pero no se preocupe. En cuanto ella se muera...
FRANCISCO.—Cobran la plata.
CHICHO.—Al día siguiente. Está todo arreglado. La cosa se ha­ce de ejército a ejército. Garantía absoluta. Piénselo, don Fran­cisco; es un mes, y después... lo que usted quiera. A Martita la va a tener que echar de la pieza. Bué...
Chicho hace un ademán de salir.
FRANCISCO.—Pare... No se vaya. Ahora, digo yo... (Astuto.) Si yo me caso... ustedes pierden la herencia. No le conviene.
CHICHO.— (Algo desconcertado.) Eh, don Francisco... don Francisco... (Lo palmea mientras piensa.) Usted quiere que le cuente todo hoy.
FRANCISCO.—Explíqueme.
CHICHO.—Bueno, si la Nona se muriera... (Lloroso.) ¡Dios no lo permita, mi Nonita!
FRANCISCO.—¿Pero no me dijo que tiene para un mes?
CHICHO.—Si se muriera hoy, quiero decir. ¿A manos de quién iría a parar la herencia? FRANCISCO.—De ustedes.
CHICHO.—(Niega con la cabeza.) De Anyula. Es la hija.
FRANCISCO.—Y bueno...
CHICHO.—Y Anyula... ¿Hace mucho que no la ve?
FRANCISCO.—Años... Al quiosco no viene nunca.
CHICHO.—¡Eh, Anyula...! Se patina39 la herencia en dos meses. Copas, farras...40 (Gesto de fumar.) ¡Yerba!41 ¡Terrible!
FRANCISCO.—¿Anyula? Pero antes..
CHICHO.—¡Antes! Cuando fracasó lo de ustedes, quedó muy mal y...
Francisco hace un gesto de consternación.
CHICHO.—Usted ha hecho estragos en nuestra familia, don Francisco. En cambio, sabemos que cuando usted cobre la he­rencia, bueno... No se va a olvidar de nosotros.
FRANCISCO.—(No muy convencido.) Supongo que no.
CHICHO.—Bueno... Entonces ya está decidido.
FRANCISCO.—Está bien.
CHICHO.—Eso sí, va a tener que ser cuanto antes.
FRANCISCO.—Cuando ustedes digan.
CHICHO.—Entre paréntesis... Va a hacer falta algo de plata. Hay unos gastos administrativos. FRANCISCO.—Después del casamiento.
CHICHO.—(Resignado.) Bué... (Toma un cartón de cigarrillos que hay sobre un estante.) Huy... justo los que fumo yo.
FRANCISCO.—(Le saca el cartón.) Después de la herencia.
Chicho inicia el mutis.
FRANCISCO.—¿Un mes me dijo?
Chicho lo mira sin entender.
FRANCISCO.—La Nona...
CHICHO.—¡Ah, sí! Y por ahí es cuestión de días.
FRANCISCO.—Entonces conviene hacerlo rápido. Si está tan mal...
CHICHO.—(Lastimero.) Si ya casi no come, don Francisco.
Apagón rápido. Se ilumina la cocina. Carmelo llega desde el fondo al mismo tiempo que la Nona ingresa desde su habitación.
NONA.—¿Si manya ya?
Nadie le contesta. Carmelo abre la heladera y saca una gran fuente cubierta por una servilleta. La Nona roba un pan y es sorprendida por Carmelo, que se lo saca de la mano y lo devuelve a la panera.
CARMELO.—¡Largue, Nona! Ya va a comer el asado.
NONA.—Ma... de acá a la hora de mayare. No está fato el fuoco ancora.42
CARMELO.—El fuego ya está. Dentro de un rato comemos.
Ingresa María trayendo una mantilla y un par de zapatos.
CARMELO.—(A María.) Anda preparándola.
Carmelo sale hacia el fondo.
MARÍA.—Venga, Nona. Tiene que ponerse linda.
La Nona niega con la cabeza.
NONA.—Pochoclo.
MARÍA.—No hay pochoclo. ¡Vamos!
La Nona niega con la cabeza.
NONA.—Papa frita.
MARÍA.—Tampoco. Ahora vamos a comer.
NONA.—Dulce de leche.
María suspira con un gesto de cansancio. Abre la heladera y se fija.
MARÍA.—No hay dulce de leche. (La mira.) ¿Mayonesa?
NONA.—Mayonesa.
María saca un frasco de mayonesa y una cuchara, y se los entre­ga a la Nona. Luego la sienta en una silla y le cambia la mantilla y los zapatos, mientras la Nona devora el frasco de mayonesa.
MARÍA.—Tiene que ponerse linda, Nona. Se va a cambiar de mantilla, ¿eh? Y se va a poner los zapatos.
NONA.—¿E mi cumpleaño oyi?43
MARÍA.—No, falta todavía. Pero estamos de fiesta.
NONA.—(Alegre.) ¡Festa, festa!
Aparece Chicho vestido con lo mejor que tiene.
CHICHO.—(Alegremente.) Ah, Nonita... qué pinta. Parece diez años más joven. (Se da cuenta que no es mucho.) ¿Qué? Vein­te... o treinta. No le das ni setenta años.
NONA.—¡Festa, festa, Chicho!
CHICHO.—Fiesta, sí.
María sale hade el interior llevando la mantilla y las zapatillas. Al mismo tiempo aparece Carmelo.
CHICHO.—Che, Carmelo, mirá la Nonita.
CARMELO.—(Lleva a Chicho a un costado.) Francisco no falla­rá, ¿no?
CHICHO.—¡Cómo va a fallar!
CARMELO.—Si a las dos tenemos que estar en el civil, hay que comer temprano. (Pausa. Mira a la Nona.) ¿No será mejor de­cirle algo?
CHICHO.—¿Te parece?
CARMELO.—Y... digo... A ver si mete la pata en el civil.
CHICHO.—Está bien, yo me ocupo. Andá a atender el asado.
Carmelo sale hacia el fondo.
NONA.—Carmelo... la moyequita cortala bene finita.
CHICHO.— (Acaricia a la Nona.) Nonita...
NONA.—Vamo al fondo. Cherca del fuoco. Se encamina hacia el fondo.
CHICHO.—Ahora van a traer la picadita.
La Nona se detiene. Chicho la sienta y se ubica frente a ella.
CHICHO.—Nonita... La de la mirada dulce. Esos ojos que han visto nacer árboles y morirse para volver a nacer.
NONA.—¿Van a traer la picadita?
CHICHO.—Ya va... ya va... ¿Le dijeron quién va a venir hoy?
La Nona niega con la cabeza.
CHICHO.—El Francisco. ¿Se acuerda?
NONA.—Ese mascalzone.44
CHICHO.—Es un buen muchacho, Nona. Y a usted la quiere mucho.
La Nona lo mira.
CHICHO.—(Falsamente pícaro.) Y me parece que a usted le gus­ta también.
NONA.—La picadita, Chicho.
CHICHO.—Le decía, Nona... usted tendría que pensar en el fu­turo... asegurarse un porvenir. Algún día podemos faltarle y... (Mira a la Nona esperando una reacción.)
NONA.—(Algo enojada.) ¿Y la picadita?
CHICHO.—¡La puta que lo parió con la picadita! (Le da un pan mientras le acaricia la cabeza para calmarla.) Vaya mastican­do.
Se hace una pausa. La nona mastica y Chicho sigue acaricián­dola mientras piensa.
CHICHO.—Pero este Francisco es un gran muchacho, ¿eh? (Mi­ra a la Nona y espera.) Es italiano. (Igual.) Y está muy bien. Tiene un quiosco cerca de la estación. Si lo viera... Lleno de chocolates... caramelos...
Los ojos de la Nona se iluminan.
NONA.—¿Chocolata?
CHICHO.—Uf. Tiene una pieza llena. Del blanco, del esponjo­so... rellenos de dulce de leche... caramelos de naranja... pas­tillas de menta... maní con chocolate...
NONA.—¿Va a venir el Franchesco?
CHICHO.—Debe estar por llegar. Va a comer un asadito con no­sotros... Después vamos a ir todos a ver a un señor a una ofici­na y.. (Cauteloso.) Esta noche se la lleva al quiosco. Usted se va con él.
NONA.—¿Me va a dare la chocolata?
CHICHO.—Lo que usted le pida. (Le acaricia la cabeza.) ¿Eh, Nonita?
La Nona dice que sí con un rápido movimiento de cabeza. Car­melo se asoma desde el fondo y mira a Chicho.
CHICHO.—Todo arreglado... Todo arreglado.
Suena el timbre de calle. María va a atender.
CHICHO.—El «sorello», llegó el «sorello».45
CARMELO.—¡Qué decís, animal! El fidanzato.46
CHICHO.—El fidanzato... el fidanzato...
Ingresa Francisco, vestido de traje azul marino y con un ramo de flores en una mano y una caja de bombones en la otra. Del in­terior aparece Marta.
CARMELO.—Adelante, don Francisco.
FRANCISCO.—¿Cómo le va, Carmelo? (Lo saluda.) Hola, Chicho. (Mira a ambos lados.) ¿Y Martita? (En ese momento la ve aparecer.) Martita...
MARTA.—¿Cómo está, don Francisco? (Le da la mano.)
FRANCISCO.—Supongo que ahora que voy a ser tu... (Mira a los demás.)
CARMELO.—Bisabuelo.
FRANCISCO.—Bueno... bisabuelo. Te puedo dar un besito, ¿no?
La besa algo cargosamente. Chicho lo toma del brazo y lo sepa­ra de Marta.
CHICHO.—Bueno, don Francisco. Ahora tiene que saludar a la... novia.
FRANCISCO.—Sí... sí, por supuesto.
Francisco, rodeado por lo demás, se va acercando a la Nona, que permaneció ajena a la escena y sigue masticando. Francisco se planta frente a ella y le hace una reverencia.
CARMELO.—¿Vio quién vino, Nona?
NONA.—El Franchesco.
Francisco le tiende el ramo de rosas.
NONA.—(Enojada.) ¿Cosa e?47 ¿Y la chocalata?
Chicho, rápidamente, toma el ramo de rosas de la mano de Francisco, le saca la caja de bombones y la coloca sobre el regazo de la Nona.
CHICHO.—Aquí tiene, Nona. (A Francisco.) Las rosas le traen malos recuerdos. Siéntese, don Francisco.
Lo sienta al lado de la Nona, quien ya ha abierto la caja de bombones y se pone a comer. CARMELO.—Permiso, don Francisco. Voy a atender el asado. Traé pan para los chorizos, María. Vos, Chicho, servile un po­co de vino a don Francisco.
Carmelo y María salen hacia el fondo.
FRANCISCO.—(Señala una silla junto a él.) Vení acá, Martita. A mi lado.
MARTA.—Tengo que terminar de arreglarme.
Marta sale hacia el interior. Chicho le tiende un vaso de vino a Francisco. Se queda un instante mirando a Francisco y a la Nona.
CHICHO.—Y Bué... Díganse sus cosas.
Chicho da unos pasos hacia el interior. Francisco se levanta y se le acerca.
FRANCISCO.—No sé qué decirle.
CHICHO.—Háblele de sus cosas. Del quiosco, por ejemplo. De las cosas que tienen en el quiosco. Eso le va a interesar mucho. (Lo palmea.) Háblele de su mundo, don Francisco.
FRANCISCO.—Y de Catanzaro, ¿no podemos hablar?
CHICHO.—¡Ni se lo nombre! Va a pensar que se casa por inte­rés, ¿me entiende? Ella no sabe que usted sabe. Una vez que se casen... (Ahora levanta la voz.) Bué... Ustedes tienen mucho que hablar.
Chicho sale hacia el fondo. Francisco se queda un instante mi­rando a la Nona, que mastica, con la mirada fija en el suelo. To­ma el vaso de vino y finalmente se sienta junto a ella. Se hace una larga pausa, durante la cual Francisco piensa cómo iniciar la con­versación.
FRANCISCO.—¿Están ricos los bombones?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO.—Son de mi negocio.
NONA.—¿Traquiste má?
FRANCISCO.—No... Pero mi negocio está lleno.
NONA.—¿Me va a llevar cuesta sera?
FRANCISCO.—Sí... sí... claro.
Tímidamente, le pasa el brazo a la nona por el hombro.
NONA.—¿E qué me vas a dar?
FRANCISCO.—(Más confundido.) Lo que usted me pida.
NONA.—¡Chocolata!
FRANCISCO.—Ah, sí... sí...
Se hace una larga pausa, durante la cual Francisco queda con el brazo sobre el hombro de la Nona, y ésta sigue masticando. Final­mente, Francisco mira hacia ambos lados para comprobar si están solos.
FRANCISCO.—(Repentinamente.) Catanzaro.
La Nona gira la cabeza y lo mira, sin dejar de masticar. Francis­co la mira a ella esperando la reacción.
FRANCISCO.—¿Se acuerda de Catanzaro?
La Nona dice que sí con la cabeza.
FRANCISCO.—(En voz baja.) ¿Y qué tiene en Catanzaro?
La Nona lo mira y mastica.
FRANCISCO.—¿De qué se acuerda?
NONA.—Catanzaro... Bon vin.48
FRANCISCO.—Vino. ¿Tiene viñedos?
NONA.—La pasta.
FRANCISCO.—Fábrica de pasta.
NONA.—Cuesta cosa... (Hace un gesto de algo pequeño.)
FRANCISCO.—Oro... ¡Pepitas de oro!
NONA.—(Niega con la cabeza.) Marisco.
FRANCISCO.—Fábrica de pescado... Agarran pescado... Tienen barcos...
NONA.—Se agarra e se manya. (Ríe.)
FRANCISCO.—(Aprieta con alegría a la Nona.) Nonita.
En ese momento ingresa Chicho trayendo una fuente con sándwiches de chorizo.
CHICHO.—¡Bueno, bueno! Perdón si interrumpo, pero los cho­rizos ya están.
La Nona se mete rápidamente en el bolsillo los bombones que aún quedan en la caja. Toma un sándwich y se pone a comer. Car­melo y María ingresan detrás. Francisco abraza a Chicho y lo be­sa.
FRANCISCO.—Chicho querido...
Chicho lo mira sin entender y le sirve vino a Francisco. Anyula llega con un vaso de vino en la mano y se cruza con Francisco. Es­te le saca el vaso de la mano.
FRANCISCO.—No tome más, Anyula. Con eso no va a arreglar nada.
ANYULA.— (Recupera el vaso.) Es de Carmelo.
Chicho le extiende un vaso a Francisco.
CHICHO.—Meta, don Francisco.
Este lo toma y se lo cede a Marta, que acaba de entrar.
FRANCISCO.—Tomá, Martita.
MARTA.—Gracias, don Francisco.
FRANCISCO.—No me digas don.
MARTA.—Y... usted ahora es mi bisabuelo.
FRANCISCO.—(Por lo bajo.) Ahora sí, pero después de Catanzaro vas a ver.
Desde la calle llega el sonido de varios bocinazos. Marta se en­camina hacia la salida. MARTA.—Bueno... chau.
FRANCISCO.—(Desilusionado.) ¿Te vas?
MARTA.—Me tengo que ir, don Francisco.
FRANCISCO.—¡Qué lástima!
MARTA.—Ya va a haber otra oportunidad. (Sale.)
FRANCISCO.—(A Chicho.) Se fue.
CHICHO.—Sí, ¿pero qué le dijo?
Francisco lo mira.
CHICHO.—Está esperando la oportunidad.
FRANCISCO.—(Ríe y besa a Chicho.) ¡Chicho querido! La fábrica de pasta es para vos. CHICHO.—(Desconcertado.) ¿No será mejor que pare de chupar, don Francisco? Mire que a las dos tenemos que estar en el civil.
Francisco observa a la Nona, que toma otro sándwiche, y deja de reír.
FRANCISCO.—Escuche... La salud de la Nona...
CHICHO.¿Qué tiene?
FRANCISCO.—Usted me dijo que está muy mal.
CHICHO.—Anoche casi se nos queda. Tuvimos que hacerle res­piración boca a boca.
FRANCISCO.—(Mira a la Nona, que come vorazmente.) Ma... come bien.
CHICHO.—La mejoría de la muerte.
FRANCISCO.—A ver si se nos queda ahora.
CHICHO.—No... hasta esta noche aguanta seguro, pero ya... (Hace un gesto fatídico.)
NONA.—¡Chimichurri!
CHICHO.—(Para distraer la atención de Francisco toma la ban­deja.) Meta otro sánguche, don Francisco.
Carmelo, María y Anyula han llegado desde el fondo trayendo diversas cosas y rodean la mesa. CHICHO.—Un brindis. ¿A ver?
Todos levantan los vasos, menos la Nona, que sigue comiendo ajena a todo, y Anyula, que se aparta con un gesto de tristeza.
CHICHO.—¡Por los novios!
Todos dicen «por los novios». Anyula se toma la cara y sale llo­rando hacia el interior. Francisco la mira irse.
CHICHO.—(A Francisco.) Déjela... Ahora se mete en la pieza y empieza a chupar... ¡Un desastre! FRANCISCO.—¡Qué barbaridad!
CHICHO.—Bueno, bueno... (Levanta la copa.) ¡Otro brindis!
MARÍA.—A ver el novio...
FRANCISCO.—(Levanta su copa.) ¡Por Catanzaro!
Nadie, salvo Chicho, entiende mucho, pero todos levantan el vaso.
FRANCISCO.—(Estira el vaso hacia la Nona.) Nona... Por Ca­tanzaro.
La Nona lo mira y sigue masticando. Francisco la invita a brin­dar.
CARMELO.—Brinde, Nona.
La Nona mira ahora a Carmelo y mastica.
CARMELO.—Brinde, don Francisco.
Francisco queda con el vaso extendido. Se hace una pausa. Francisco mira a Chicho reclamando una explicación.
CHICHO.—Y... es un día muy especial para ella.
MARÍA.—(Toma el vaso de la Nona y se lo entrega.) ¡Vamos, Nona!
La Nona toma el vaso y lo levanta. Todos aplauden y dicen «muy bien», etc. Cuando las voces se callan, se escucha a la No­na.
NONA.—¡Feliche año nuovo!
Apagón rápido.




ACTO SEGUNDO





Se enciende el quiosco de don Francisco. Los estantes están des­poblados, el piso lleno de cajas de cartón vacías y la mesa cubierta de papel plateado. La Nona, sentada frente a la mesa, mastica. Francisco está sentado en la cama, con la mirada perdida: la ima­gen de la derrota.
NONA.—Chocolata.
FRANCISCO.—(Ido.) No hay más.
NONA.—Caramelo.
FRANCISCO.—Tampoco.
NONA.—Tengo fame. ¿Qué tené?
FRANCISCO.—Doscientas cajas de chicle.
NONA.—E buono...
Francisco, sorprendido, toma una caja de chicle y se la entrega a la Nona, que la abre y comienza a masticar. Francisco la mira un instante.
FRANCISCO.—¿Se siente bien?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO.—Ma... no puede ser. Pasó un mes y medio. ¿No le duele nada?
La Nona niega. Pausa.
FRANCISCO.—Nona... Escúcheme: ya es hora que hablemos en serio. Yo sé todo lo de la herencia.
La Nona lo mira mientras mastica.
FRANCISCO.—Sí... la herencia... Catanzaro...
NONA.—Uh... Catanzaro.
FRANCISCO.—Catanzaro, sí. ¿Sabe de qué le hablo?
La Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO.—Los viñedos... la fábrica de pasta.
NONA.—¿Vas a hacer pasta?
FRANCISCO.—No, la herencia. Los mariscos...
NONA.—(Contenta.) ¡Fideo al vóngole!
FRANCISCO.—(Exasperado.) ¡Ma no... la herencia! (Grita.) ¡La herencia, vieja de mierda!
Francisco intenta golpearla, pero jadea, se toma la cabeza y cae pesadamente, balbuceando «Catanzaro». La Nona, impasible, si­gue masticando. Apagón.

Lentamente se enciende la cocina. Carmelo está sentado, con la cabeza entre las manos; María y Anyula trabajan intensamente. Marta está poniendo la mesa. En la pieza de Chicho está Francisco, hemipléjico, sentado en un sillón.
MARÍA.—¡A comer!
La Nona sale como un rayo desde su pieza y se sienta a la mesa. María le pone delante un gran plato de comida. La Nona comien­za a comer vorazmente.
NONA.—U pane.
Marta le alcanza pan.
NONA. —Formayo.
Anyula le sirve queso. La Nona golpea el borde del vaso, indi­cando que quiere vino. Marta le sirve.
NONA.—Escabeche.
Saca un frasco del armario y lo coloca en la mesa. María coloca un plato frente a Carmelo. MARÍA.—Vamos, Carmelo.
Carmelo, que sigue con la cabeza entre las manos, hace un ges­to de negación.
MARÍA.—¿No vas a comer?
Carmelo niega con la cabeza. María le entrega el plato a Marta.
MARÍA.—Tomá. Llevale.
Marta toma el plato y se dirige a la pieza de Chicho. Don Fran­cisco, al ver a Marta, sonríe FRANCISCO.—(Balbucea.) Catanzaro... Catanzaro.
Marta le ata la servilleta alrededor del cuello y comienza a darle de comer con la cuchara. MARTA.—Cuidado, no se vaya a volcar.
Francisco come mecánicamente.
NONA.—Formayo de rayar.
María saca queso de rallar del aparador y le da a la Nona. La Nona vuelve a golpear el vaso, pero, al ver que nadie la observa, habla.
NONA.—U vino.
Anyula le sirve vino a la nona.
NONA.—La sale.
María saca sal del aparador y le da a la Nona.
NONA.—Vinagre.
María le acerca una alcuza con vinagre.
MARÍA.—(A Carmelo.) ¿No vas a comer, entonces?
Carmelo niega con la cabeza. En la pieza, Marta le tiende una cuchara a Francisco, y éste niega con la cabeza. Marta le limpia la boca, le saca la servilleta y le pone una campanita en la mano. FRANCISCO.—Catanzaro... Catanzaro.
Marta vuelve a la cocina.
MARTA.—Dejó la mitad.
María toma las sobras del plato de don Francisco y las echa en el de la Nona, que sigue comiendo. Marta se sienta y todos, menos Carmelo, comen un rato en silencio. Un instante después ingresa Chicho trayendo un bolso de mano. Simula un estado de gran cansancio. Deja el bolso en un costado y se sienta en una silla.
CHICHO.—¡Ay, Dios mío... Dios mío!
Anyula se levanta y le cede el lugar. Carmelo, por primera vez en la escena, ha levantado la cabeza y tiene la mirada fija en su hermano.
CARMELO.—¿Y?
Chicho hace un gesto de negación con la cabeza.
CARMELO.—¿Qué quiere decir?
Chicho repite el gesto.
CARMELO.—¿Nada?
CHICHO.—Y mirá que anduve, ¿eh?
CARMELO.—¿A qué hora saliste?
CHICHO.—Temprano.
MARÍA.—A las siete de la tarde.
CARMELO.—¿A las siete?
CHICHO.—Es la mejor hora... La de más concentración
CARMELO.—Todavía no son las nueve. Menos de dos horas.
CHICHO.—Y bueno... Es el primer día.
CARMELO.—¿Y qué saliste a vender?
CHICHO.—(Luego de una pausa, solemne.) Biblias.
CARMELO.—¿Cómo biblias?
CHICHO.—Biblias...
Carmelo lo mira.
CHICHO.—¿Y qué querés? Me dio biblias. Dos horas pateando y... nada. Me recorrí todos los bares de la avenida.
ANYULA.—Es que está lleno de ateos.
CHICHO.—¡Eso, tía! ¡Ateos! (A Carmelo.) Si hasta me paré un rato en la puerta de la iglesia... Nadie, ¿me querés creer? Y a las ocho y media de la noche. Buena hora.
CARMELO.—(Conteniéndose.) Mañana vas a salir a las siete de la mañana.
CHICHO.—Mañana no. Ahora hasta el miércoles que viene...
CARMELO.—¿Cómo hasta el miércoles que viene?
CHICHO.—Y, es así. Una vez por semana. Por contrato.
Carmelo, irritado, se levanta y se dirige a su habitación.
CHICHO.—¿Qué le pasa a éste?
MARÍA.—Tuvo que vender el puesto. Eso pasa. ¿Le parece poco?
CHICHO.—¿Vendió el puesto?
MARÍA.—Toda una vida de trabajo.
Francisco, en la pieza, hace sonar la campanita.
ANYULA.—Quiere ir a dormir.
MARTA.—¡Uh, que espere! Ahora estamos comiendo.
La campanita sigue sonando un rato
MARÍA.—¿No oyen que está llamando?
Anyula se pone de pie.
MARTA.—Terminemos de comer...
MARÍA.—Usted quédese, Anyula. Carmelo quiere que se ocupe Chicho. Vos también, Marta. ¡Vamos, esa campanita no la so­porto más!
Marta y Chicho se ponen de pie y se encaminan hacia la pieza.
ANYULA.—Yo lo puedo hacer.
MARÍA.—¡Por favor, Anyula! Siéntese y termine de comer.
NONA.—Termené.
Anyula le sirve otro plato. Chicho y Marta ingresan a la pieza. Al encenderse la luz, Francisco
sonríe, pero sigue tocando la campanita.
FRANCISCO.—Catanzaro... Catanzaro...
Marta le saca la campanita de la mano y lo toma por los hombros.
MARTA.—Agarralo por los pies, tío.
Marta y Chicho levantan a Francisco y lo trasladan a la cama.
CHICHO.—¿Habrá orinado ya? Anoche mojó todo.
Lo acuestan. Marta lo arropa.
FRANCISCO.—(En tono plácido.) Catanzaro... Catanzaro.
CHICHO.—Don Francisco, ¿orinó ya?
Marta toma la campanita y se la pone en la mano.
MARTA.—Y ya sabe. Si precisa algo, haga sonar la campanita.
CHICHO.—Especialmente si quiere ir al baño. ¿Me oyó, don Francisco? ¿Me oyó?
FRANCISCO.—(Molesto.) Catanzaro... Catanzaro...
Marta y Chicho salen. Ingresan a la cocina en el momento en que se escucha desde la calle el sonido de una moto que se detiene.
MARTA.—Es el farmacéutico. Chau a todos.
Marta sale hacia la calle. Chicho se sienta a comer. Anyula le­vanta el plato suyo y el de Marta. María se pone de pie también y la ayuda. La Nona, durante todo este tiempo, ha seguido comien­do. Carmelo aparece desde el interior con el saco puesto. Está evi­dentemente nervioso.
CARMELO.—(A Chicho.) ¡Levantate y vamos!
CHICHO.—¿Adónde?
CARMELO.—Al abasto.
CHICHO.—(Mira a los demás.) ¿Al Abasto? ¿A qué?
CARMELO.—¿Cómo a qué? A trabajar. A descargar camiones.
CHICHO.—¿A esta hora?
CARMELO.—¡A esta hora, sí! Dentro de un rato empiezan a lle­gar los camiones.
CHICHO.—¡Pero, pará! Dejame comer.
CARMELO.—¡Pará, nada! ¡Esto se terminó! ¿Me oíste? ¡Se ter­minó!
NONA.—U pane.
Carmelo, mecánicamente y con violencia, saca un pan del apa­rador y lo pone cerca del alcance de la Nona. A partir de ese mo­mento responderá a cada pedido de la Nona.
CARMELO.—¡Ahora vas a saber lo que es trabajar en serio!
NONA.—Formayo.
Carmelo abre la heladera, saca queso y se lo alcanza a la Nona. Entretanto, sigue hablando.
CARMELO.—¡Se terminó! Tuve que vender el puesto.
CHICHO.—Me dijo María...
CARMELO.—Toda una vida de trabajo...
La Nona golpea el borde del vaso y Carmelo le sirve vino.
CARMELO.—¡Una vida!, ¿me oís? Levantándome a las cuatro de la mañana... Dieciséis horas por día de trabajo, ¿Para qué? ¿Eh? ¿Para qué? ¡Para esto!
NONA.—Salamín.
Carmelo, siempre violentamente y sin dejar de hablar, corta un salamín de una tira, lo tajea y luego sirve a la Nona.
CARMELO.—Todo este esfuerzo, ¿para qué? Decime. Para te­ner que empezar de nuevo de ayudante del pescadero.
CHICHO.—(Con cierto alivio.) Ah... conseguiste algo.
NONA.—Ajise.
Carmelo saca un ají de la bolsa de la verdura y se lo tiende a la Nona.
CARMELO.—Ayudante de un mocoso que no sabe ni limpiarse los mocos.49
La Nona le tiende el ají a Carmelo.
NONA.—Ponele aco picadito, Carmelo.
Carmelo toma el ají, lo corta y luego le echa encima ajo picado.
CARMELO.—¡De un mocoso! ¡Yo, Carmelo Spadone! Respeta­do por todos los puesteros del mercado. ¡Me admiraban!, ¿me oís? ¡me admiraban! Me consultaban... ¡A mí! !Un maestro! Así me dijeron una vez: «Sos un maestro, Carmelo». (Le tiende el plato a la Nona. Luego, recordando.) «Carmelo... ¿qué te parece este tomate?»
NONA.—Ah... ponele tomate, también.
Carmelo agarra el plato de la Nona, corta un tomate y se lo agrega.
CARMELO.—Y lo que yo decía era santa palabra. ¡Se pagaba lo que decía Carmelo Spadone! Un maestro. (Recordando.) «Carmelo... ¿este apio no está pasado?»
NONA.—No importa, ponele igual.
CARMELO.—(Natural.) «No es la época». ¡Un maestro...! Mira cuando me vean mañana... Ayudante del pescadero. Yo, ayu­dante de un mocoso.
Carmelo cae sentado en una silla y se pone a llorar. Se hace un silencio espeso.
NONA.—La sale.
Carmelo, siempre llorando, toma un salero y echa sal en el pla­to de la Nona. Anyula se echa a llorar.
ANYULA.—Dios santo... Dios santo...
María la toma.
MARÍA.—Venga, Anyula. Venga a acostarse.
Carmelo llora en silencio. Chicho está con la cabeza baja.
NONA.—Vinagre.
Carmelo le sirve.
MARÍA.—¡Es increíble! Un hombre como él... ¡Mírelo cómo es­tá! ¡Destruido!
CHICHO.—Pero, ¿y yo qué tengo que ver...?
MARÍA.—¡Sí que tiene que ver! Si usted hubiera trabajado, no estaría como está.
CHICHO.—Y bueno... Hoy empecé.
MARÍA.—¡Cállese, por favor! ¡Un parásito, viviendo a cos­tillas50 del hermano!
La Nona golpea el vaso. Chicho le sirve vino.
CHICHO.—Pero ahora resulta que yo soy el culpable de todo... Yo no pido nada. ¿Cuándo te pedí algo, Carmelo? Yo sólo ten­go mi música.
MARÍA.—¡Su música! ¡Qué música! Nunca compuso nada. Us­ted es un fracasado, eso es lo que es. ¡Un fracasado!
CHICHO.—(Dolorido.) Eso no, María... Un fracasado, no.
Ahora es Chicho el que se toma la cabeza y se pone a llorar. Al mismo tiempo le alcanza un pan a la Nona. Carmelo hace un ges­to de rabia, se pone de pie y se encamina hacia la salida.
MARÍA.—¿Dónde vas?
CARMELO.—No sé... Por ahí. Necesito pensar un poco.
MARÍA.—(Alarmada.) ¡Carmelo! (Se acerca y lo toma) Carme­lo... Por favor, ¿Dónde vas?
CARMELO.—Necesito estar solo, María. ¡Dejame, por favor!
MARÍA.—¡No vas a hacer una locura!
CARMELO.—¡No! (Se desprende de María.) Necesito estar solo, nada más. No va a pasar nada.
Carmelo sale. María lo mira salir y se queda inmóvil un instan­te. Luego se vuelve y sale llorando hacia su habitación. Se hace una pausa. Chicho, tras la salida de María, deja de llorar y lee el diario.
NONA.—Termené. (Pausa.) Chicho, termené.
Chicho levanta la cabeza.
NONA.—El postre.
Chicho se levanta, mira a su alrededor, toma una manzana y la pone frente a la Nona.
NONA.—Dolche de batata, ¿no hay?
CHICHO.—No sé... no sé... Coma eso.
Chicho se dirige lentamente hacia su habitación. Se desnuda y se acuesta junto a Francisco. Apaga la luz. La Nona, entretanto, come en silencio. Se hace una pausa prolongada.
CHICHO.—¡La puta que lo parió, don Francisco! ¡Le dije que tocara la campanita!
La campanita comienza a sonar incesantemente. La Nona sigue comiendo. Apagón.

Se enciende la luz nuevamente en la cocina, en horas de la tar­de. La Nona descubre un sobre de papas fritas. Ingresa María desde la calle con un gran paquete envuelto en papel madera. La No­na oculta el paquete de papas fritas en el bolsillo.
María ingresa a su pieza. La Nona saca subrepticiamente una papa frita y mastica. Un momento después vuelve María; ha deja­do el paquete y se ha sacado el tapado.
Toma un delantal y se lo coloca. Advierte los movimientos disi­mulados de la Nona.
MARÍA.—¿Qué tiene ahí? (Le mete la mano en el bolsillo.) ¿A ver?
NONA.—Niente, niente.51
María le saca el paquete de papas fritas.
MARÍA.—¿Cómo nada? ¿Y esto?
NONA.—No sé... Alguno lo puso ahí.
MARÍA.—¿Cómo alguno lo puso ahí? ¡Qué cosa! Váyase a su pieza, vamos.
La Nona se levanta pesadamente y se dirige hacia su pieza mur­murando. Desde la calle llega Carmelo.
MARÍA.—¿Cómo te fue?
CARMELO.—(Se encoge de hombros. Saca grapa y se sirve.) ¿Cómo me va a ir?
MARÍA.— ¿Pero te dieron la plata?
CARMELO.—Al cincuenta por ciento de interés.
MARÍA.—Menos mal que es un amigo.
CARMELO.—Según él, se tiene que cubrir. Yo no tengo más el puesto. No tengo garantía. ¿Entendés? Soy un don nadie. Eso es lo que soy. ¡Un don nadie!
Se dirige al armario, saca el cuaderno y se sienta a hacer cuentas y a beber. María lo mira un instante mientras Carmelo bebe un largo trago.
MARÍA.—Estás tomando mucho, Carmelo.
CARMELO.—¿Y vos? ¿Cuánto vendiste?
MARÍA.—Tres pulóveres.
CARMELO.—Que, de comisión, son...
MARÍA.—Noventa mil.
Carmelo anota. Desde la calle llega Anyula, con evidentes sig­nos de cansancio. Se sienta en una silla.
ANYULA.—Ay, Dios... Dios...
CARMELO.—¿Cómo le fue, tía?
Anyula abre el monedero, saca unos billetes y se los tiende a Carmelo. Carmelo cuenta.
CARMELO.—Ciento cincuenta mil... ¿Cuánto le pagaron la hora?
ANYULA.—Quince mil.
CARMELO.—Es muy poco, tía. Tiene que cobrar veinte mil, por lo menos.
ANYULA.—Y, no sé... Me dijeron quince mil y...
MARÍA.—Se aprovechan porque es una vieja.¡Son unos degene­rados!
ANYULA.—Encima tuve que lavar dos escaleras... ¡Ay, Dios santo!
MARÍA.—Venga, Anyula. Vaya a descansar.
Anyula sale caminando lentamente y quejándose.
CARMELO.—Y mañana pídales veinte mil. Que no sean atorran­tes.
Carmelo anota en el cuaderno. Se pasa la mano por la frente y se sirve otro trago de grapa.
MARÍA.—¡Carmelo, no tomés más!
CARMELO.—¡Por favor, María... por favor!
MARÍA.—Hacé como quieras. (Sale.)
Ingresa Chicho, vestido de cafetero, con un bolso, donde lleva varios termos.
CHICHO.— (Exagerando el cansancio.) Buenas.
CARMELO.—(Agresivo.) ¿Qué hacés vos acá?
CHICHO.—¿Cómo qué hago?
CARMELO.—Son las ocho de la noche.
CHICHO.—Ah, no... Una pasadita, nada más. Para descansar y comer algo. Después sigo.
CARMELO.—Oíme, Chicho... Tu horario es de las siete de la tarde hasta la una. ¿Estamos?
CHICHO.—Ya sé... Patié una hora seguida. Dejame descansar un rato.
CARMELO.—Te aviso, nada más. (Mira la hora.) Quince minu­tos y después te vas.
CHICHO.—Está bien. (Lanza un quejido de cansancio.)
CARMELO.—¿Cuánto vendiste?
CHICHO. —Poco.
CARMELO.—(Agresivo.) ¿Cuánto?
CHICHO.—Y bueno... a ver... (Carraspea.) Unos tres, más o menos.
CARMELO.—Tres termos, no está mal.
CHICHO.—¡Tres cafés!
CARMELO.—¿Tres cafés, nada más?
CHICHO.—¿Y qué querés? (Como si fuera una hazaña.) En una hora. Me quedan cinco todavía.
Carmelo se agarra la cabeza con las manos. Vuelve a servirse grapa. Se hace una pausa.
CHICHO.—(A Carmelo.) ¿Querés un café?
Carmelo niega con la cabeza.
CHICHO.—A vos no te voy a cobrar.
CARMELO.—¡Andá a la mierda!
Pausa.
CHICHO.—¿Cómo anduvo?
CARMELO.—No llegamos... no llegamos...
CHICHO.—¿Contaste lo del Francisco?
CARMELO.—Ah, no. (Se pone de pie.) Ayúdame a traerlo.
Chicho y Carmelo salen hacia la calle y volverán un instante después trayendo a Francisco, que está sentado en el sillón hama­ca y con una gorra en la mano.
FRANCISCO.—(Con tono de cansancio) Catanzaro... Catanzaro,..
Dejan a Francisco en un costado. Chicho le saca la gorra de la mano y la vacía sobre la mesa. Caen monedas, algún billete y otros elementos.
CARMELO.—Y no... ¡Moneditas!
CHICHO.—Pará. Aquí hay un billete de mil... Dos de quinien­tos...
Chicho comienza a contar las monedas.
CARMELO.—No va, Chicho... No va.
CHICHO.—¿A qué hora lo sacaron?
CARMELO.—Y... según me dijo María, a las diez de la mañana.
CHICHO.—¡Y bueno! ¿Por qué no lo sacaron a las seis? Se per­dieron el cambio de turno de la fábrica.
CARMELO.—No, Chicho, no... ¡Esas ideas tuyas!
CHICHO.—Pero, pará... Aquí hay por lo menos diez lucas. (To­ma algo.) Una chapita52 de cerveza. ¡Mirá que hay que ser hijo de puta! Lo que pasa es que éste es un barrio de mierda.
CARMELO.—No va, Chicho, no va.
CHICHO.—La idea no es mala, Carmelo. Ahí te equivocás. Pero aquí en la puerta... ¿Qué querés? Esta es una calle muerta. Es­tuve pensando, justamente... ¿Por qué no lo llevamos a la esta­ción?
CARMELO.—¿Y cuánto más puede sacar?
CHICHO.—¡Qué te parece! Está la iglesia enfrente, el mercado... la parada de colectivos. Como ubicación, es excepcional.
Carmelo piensa.
CHICHO.—Y, además, bien tempranito... (Breve pausa.) Y de noche, al café.
Carmelo lo mira.
CHICHO.—Hablé con el gallego... El dueño. No hay problema. Hay un rinconcito al lado de los billares... Ahí no molesta.
Se hace la pausa.
CHICHO.—Probemos esta noche...
CARMELO.—En ese café de atorrantes...
CHICHO.—Son buenos muchachos. Algunos mangos le van a ti­rar. Además, a las doce y media está la salida del cine... Se lle­na. Ya esa hora lo pasamos al salón familiar. En serio, Carme­lo, puede andar. Pensalo.
Carmelo se queda un instante pensativo, mirando a Francisco. Finalmente, se pone de pie.
CARMELO.—Vamos a probar.
Chicho también se levanta. Ambos toman el sillón. Chicho le pone la gorra en la mano a Francisco.
FRANCISCO.—¿Catanzaro, Catanzaro?
Se encaminan hacia la salida.
CARMELO.—¿Y para traerlo de vuelta?
CHICHO.—No hay problema. El café está abierto toda la noche.
FRANCISCO.—(Al advertir que lo llevan hacia la calle, se queja) ¡Catanzaro, Catanzaro... Catanzaro! (Sale agitando las pier­nas.)
Apagón.

Se enciende la luz en la cocina. María y Anyula terminan de la­var la vajilla de la cena. Carmelo bebe grapa y la Nona mastica.
NONA.—El postre.
MARÍA.—(A Anyula.) Dele una manzana que hay en el apara­dor. Pero sólo una, ¿eh?
Anyula abre el aparador y busca.
ANYULA.—No veo nada.
MARÍA.—¿Cómo? (Se acerca a mirar). Compré dos kilos de manzanas esta mañana. (Se vuelve hacia la Nona) ¡Nona! ¿Us­ted sacó manzanas de acá?
NONA.—Ma no. A mí la manzana no mi piache molto.53
MARÍA.—¡Qué no le va a gustar! (A los demás) ¿Alguien comió manzanas?
Todos niegan. Se vuelve hacia la Nona.
MARÍA.—¿Entonces? Diga la verdad, Nona.
Carmelo, que ha estado con la cabeza gacha y tomando grapa.
CARMELO.—Está bien, María. Déjala. Váyase a dormir, Nona. Vamos.
NONA.—(Molesta) ¿Y el postre?
CARMELO.—(Violento). ¡No hay postre! ¿No oyó? A la cama. Vamos.
Toma a la Nona y la encamina hacia la pieza. La Nona sale re­zongando. Desde la calle llega Chicho. Carmelo lo mira y le hace un cabeceo de interrogación.
CHICHO.—Nada. (Se sienta). No aparece por ningún lado.
CARMELO.—¿Fuiste a la estación?
CHICHO.—Escuchame: me recorrí los dos andenes, fui a la igle­sia, el mercado... Pregunté. ¡Nada! CARMELO.—¡Qué raro! Don Francisco ya era conocido.
CHICHO.—Me dijeron que habían visto a un viejo en la avenida... Me fui. Pero no, era otro. Me fui hasta el baldío...
Carmelo lo mira.
CHICHO.—¿Te acordás que el otro día el hijo de puta de la hela­dería me lo tiró al baldío?
Carmelo asiente.
CHICHO.— ¡Tampoco!
CARMELO.—¿Se habrá muerto?
CHICHO.—(Hace un gesto y chasquea la lengua.) Alguien se lo llevó. ¡Si el viejo es negocio! Carmelo lo mira como diciendo: «¡ Vamos!».
CHICHO.—¿Para una persona sola...? ¿Un matrimonio...? ¡Es­cuchame! Lo que pasa es que nosotros somos un familión.
CARMELO.—No sé... Pero la parte de don Francisco la vas a poner vos.
CHICHO.—¡Pará, que por ahí aparece! (Breve pausa.) ¡Qué hijo de puta! Por lo menos, podríamos haber sacado unos mangos por la transferencia.
Marta sale desde el interior vestida como para salir.
MARTA.—Me voy...
CARMELO.—Pará, nena. Quiero que hablemos un poco, todos.
Carmelo se pone de pie, abre el aparador y saca el cuadernito de gastos.
CARMELO.—(A Anyula y María). Siéntense.
Las mujeres se sientan alrededor de la mesa. Carmelo abre el cuaderno. Se hace una pausa.
CARMELO.—Bueno... quiero que conozcan la situación. (Pausa) Este mes vamos a tener un déficit de tres millones.
MARTA.—¿Tres millones?
CARMELO.—Sin contar la cuota del préstamo.
MARTA.—¿Y cómo van a hacer?
CARMELO.—Lo único que nos queda es hipotecar la casa. Yo ya empecé los trámites. Pero igual... de aquí a que nos den la plata... Así que todos tenemos que hacer un esfuerzo. Yo voy a hacer unas changas para vender flores los domingos. (A Chicho.) Vos me vas a ayudar.
Chicho hace un gesto resignado.
CARMELO.—Y ahora que no está don Francisco vas a volver a vender café.
CHICHO.—¡Pará! Por ahí aparece.
CARMELO.—¡No va aparecer, Chicho!
Chicho hace un gesto.
CARMELO.—Y aunque aparezca... Lo de Francisco era una mi­seria. Aquí tenemos que poner el hombro todos, y en serio. ¡Ah! Y además vamos a vender el televisor. (A Anyula). Lo siento por usted, tía.
ANYULA.—Por mí, querido... ¡No!
CARMELO.—Mañana va a venir don Simón a buscarlo. (Breve pausa). Bueno... eso es todo.
Carmelo cierra el cuaderno y se sirve otro trago de grapa. Se ha­ce una pausa.
MARTA.—Papá... Yo quería decirte que... Me ofrecieron otro trabajo. Más lindo que el de la farmacia y donde puedo ganar mejor...
Todos la miran.
MARTA.—Bueno ¿cómo te diré?... De artista, Bueno... algo así. Es en una confitería, ¿no? Y yo tengo que ir ahí y charlar con la gente... Es de noche, pero si a ustedes les parece...
Se hace una pausa. Carmelo, María y Chicho cruzan miradas significativas. Chicho hace un gesto afirmativo a Carmelo.
CARMELO.—Está bien, nena. Si a vos te gusta y te pagan mejor...
MARÍA.—Al final, en esa farmacia siempre de turno.
Marta besa a la madre y al padre.
MARTA.—Esta misma noche voy a arreglar. Son muy buena gente.
CARMELO.—Sé amable.
Marta besa a Anyula y sale alegremente.
MARTA.—Son muy buena gente. Chau.
Pausa.
CARMELO.—La Martita es de fierro.54 No quiso estudiar, pero...
ANYULA.—Y qué suerte que le paguen por conversar, ¿no?
Se hace una pausa espesa. La luz se apaga en la pieza de la No­na.
CARMELO.—Sh... la Nona apagó la luz.
Carmelo enciende una vela y la coloca sobre la mesa.
ANYULA.—Yo me voy a dormir. Hasta mañana.
Todos saludan. Carmelo apaga la luz general de la cocina. Entretanto, habla en voz muy fuerte.
CARMELO.—Bueno... nos vamos a dormir todos. Hasta mañana.
MARÍA.—(También fuerte). Hasta mañana.
CHICHO.—(Igual). Yo me voy un rato al café.
Luego, los tres se sientan sigilosamente alrededor de la mesa.
MARÍA.—(Cuchichea). ¿A qué hora va a venir mañana don Si­món a llevarse el televisor? CARMELO.—A la noche. Para que haya alguien.
MARÍA.—¿Cuánto te da?
CARMELO.—Un millón.
MARÍA.—¡Es muy poco! Si está casi nuevo.
CARMELO.—Estuve averiguando... No te dan más.
En ese momento vuelve Anyula con un vaso en la mano y en­ciende la luz general. CARMELO.—(Ahora habla fuerte). ¡No prenda la luz, tía!
Al mismo tiempo se abre la puerta de la pieza de la Nona, y ésta aparece.
NONA.—Bonyiorno...
ANYULA.—Perdón... Quería... (Hace un ademán de tomar agua).
NONA.—Vengo a manyare el desachuno.
CARMELO.—¡Basta, Nona! ¡Basta! ¡Váyase a dormir!
NONA.—(Imperativa) ¡Tengo fame...
CARMELO.—¡No hay más nada! ¿Me oyó? ¡A dormir!
NONA.—(Enojada). Con el estómago vacío no poso dormire.
CARMELO.—(Muy alterado) ¡Basta! ¡Basta! ¡Dios mío!
CHICHO.—Pero no te pongas así, Carmelo.
NONA.—Un cacho de pane.
CARMELO.—(Se toma la cabeza.) Dios mío... Dios mío...
Chicho le entrega un pedazo de pan a la Nona.
CHICHO.—¿Está bien así?
NONA.—Ponele algo adentro.
Chicho mira a María.
MARÍA.—No hay nada.
CHICHO.—No hay nada, Nona.
NONA.—¿Formayo?
MARÍA.—No hay. No quedó nada. Mañana voy a comprar.
La Nona vacila. Chicho la toma por el hombro.
CHICHO.—Y ahora a dormir. Vamos.
La Nona sale rezongando. Carmelo se sirve otro trago de grapa y lo bebe de un tirón. Se hace una pausa prolongada.
CHICHO.—Está haciendo frío, ¿no?
Lo miran extrañados.
MARÍA.—¿Frío?
CHICHO.—(Tiembla y se refriega los brazos.) No sé... Siento frío.
CARMELO.—Será por la grapita, pero yo tengo más bien calor.
CHICHO.—Y pienso en la Nonita, en esta pieza que es una hela­dera... ¡Pobre Nonita! No sea cosa que se agarre un frío y...
Breve pausa. Carmelo y María miran a Chicho cada vez más extrañados.
CHICHO.—Pensaba... ¿Si le ponemos un braserito? (Mira a Carmelo.) Digo... Para que le dé calorcito.
Se hace una pausa. Todos entienden de qué se trata.
CARMELO.—Y... fresquito está.
MARÍA.—Sí, refrescó.
CARMELO.—¿Quedan brasitas del asado?
María sale hacia el fondo. Chicho advierte que Anyula se ha quedado ensimismada. Le hace una seña a Carmelo, quien mira a Anyula y hace un gesto como diciendo: «¡Qué macana!». María regresa trayendo carbón en una pala.
MARÍA.—¿Y el brasero?
Carmelo le chista y le señala a Anyula. Esta se levanta y sale ha­cia el interior. María hace un gesto de sorpresa. Chicho y Carmelo quedan frustrados. Esta situación dura hasta que Anyula reaparece trayendo el brasero, que coloca sobre la mesa. María echa las brasas en el brasero. MARÍA.—¿Será suficiente?
CARMELO.—Y... sí. Para que le entibie un poco la pieza.
Carmelo y Chicho se hacen mutuas señas para ver quién pone el brasero. Carmelo lo toma y se lo tiende a Chicho. Este toma el brasero y lo coloca en la entrada de la pieza de la Nona.
CHICHO.—Bueno... ahora nosotros podemos salir a dar una vueltita, ¿no?
MARÍA.—Sí, tengo ganas de tomar un poco de fresco. ¿Vamos, Anyula?
Anyula sale rápidamente hacia la calle, seguida por los demás. Pausa prolongada. Luego se ve aparecer a la Nona. Mira el brase­ro, saca un sartén, una lata de aceite y dos huevos. Mientras se prepara dos huevos fritos se produce el apagón.

Las luces se encienden sobre la cocina vacía. Falta la heladera. Un instante después llega María desde la calle con evidente can­sancio y un paquete bajo el brazo.
MARÍA.—¡Marta! ¡Marta!
Ingresa a la pieza para dejar el paquete y sigue llamando a Mar­ta. Esta aparece, finalmente. Lleva puesto un batón descolorido, sobre el cuerpo desnudo, y unas chancletas. Está muy maquillada
y camina desganadamente.
MARTA.—¿Qué pasa, mamá? Estoy atendiendo un cliente. (Se deja caer en una silla.)
MARÍA.—Perdoname, nena. No sabía que estabas trabajando.
MARTA.—Hoy tengo mucha gente. (Hace un gesto de malestar.)
MARÍA.—¿Tomaste el remedio?
Marta se encoge de hombros.
MARÍA.—Tenés que tomarlo, nena. (Saca un frasquito del apa­rador y sirve un vaso de agua.) El tío del panadero me preguntó si podía venir.
MARTA.—Hoy no va a poder ser. Tengo todas las horas ocupa­das.
MARÍA.—(Le tiende la pastilla y el vaso de agua.) Le dije que sí. Hacele un lugarcito.
MARTA.—¡Mamá... estoy muerta! Hoy empecé a las ocho de la mañana.
MARÍA.—(Le acaricia la cabeza.) Es un buen cliente. Dice que en el barrio no hay otra manicura como vos.
MARTA.—(Se pone de pie y sale pesadamente.) No voy a termi­nar ni a la una de la mañana. MARÍA.—Y bueno... nena. Pero por lo menos no tenés que salir de noche.
Marta ya salió. María se pone el delantal y comienza a trabajar. Desde la calle llega Carmelo, quien camina lentamente y trae un paquetito en la mano.
CARMELO.—¿Vino Chicho?
MARÍA.—Creo que no. Recién llegué.
Carmelo deja el paquete sobre la mesa, saca la botella de grapa y bebe un largo trago.
MARÍA.—(Por la bebida.) ¡Ay, Carmelo, pará!
CARMELO.—(Grita.)¡Por favor, María! ¡Por favor!
MARÍA.—Shhh... que la nena está trabajando.
Carmelo se mete la mano en el bolsillo y arroja unos billetes sobre la mesa.
CARMELO.—Lo de la heladera.
MARÍA.—(Cuenta los billetes.) ¿Esto, nada más?
CARMELO.—Pagué la cuenta del almacén.
Desde la calle ingresa Chicho. Carmelo y María lo miran.
CARMELO.—¿Conseguiste?
Chicho saca un frasquito del bolsillo y se lo tiende a Carmelo. Es­te se niega a agarrarlo y Chicho lo coloca sobre la mesa. Los tres miran el frasquito y se lanzan furtivas miradas. Carmelo bebe gra­pa y, finalmente, se decide. Sirve agua y vuelca parte del conteni­do del frasquito en el vaso. CARMELO.—¿Seguro que no es doloroso?
CHICHO.—Seguro. Y rápido. Con eso basta.
Carmelo deja el vaso sobre la mesa. Los tres se quedan inmóvi­les mirando el vaso. Carmelo vuelve a beber grapa.
CARMELO.—(A Chicho.) Dale. Llamala.
CHICHO.—¡Nona!
No hay respuesta.
CHICHO.—(Más fuerte.) ¡¡Nonaaa!!
CARMELO.—Decile que hay algo para picar.
CHICHO.—¡Nona! ¡La picadita!
La Nona sale como un rayo de su pieza y va a sentarse a la me­sa. Todos tratan de eludir su mirada.
NONA.—La picadita... La picadita... ¿Qué me traquiste?
La Nona se abalanza sobre el paquete.
CHICHO.—Pare, Nona. (Le tiende el vaso.) Tómese esto antes.
NONA.—¿Cosa e?
Los tres se miran. María no soporta más la situación y sale ha­cia su pieza.
CHICHO.—Un aperitivo.
NONA.—¿Vermú?
CHICHO.—(Mira a Carmelo.) No... pero es rico lo mismo. Pruebe.
La Nona bebe un trago y lo saborea.
NONA.—E buono. (Otro trago.) Amarguito... Como el Chinar. Dame más.
Chicho toma el vaso y lo llena de agua. Le echa el resto del con­tenido del frasquito, mientras la Nona comienza a comer. Carme­lo le saca de la mano el vaso a Chicho.
CARMELO.—¡Basta, Chicho! ¡Nona, váyase a su pieza, vamos!
NONA.—Ma... La picadita.
Carmelo, con violencia, toma el paquete y se lo da a la Nona.
CARMELO.—¡A su pieza! ¡Vamos! ¡Y acuéstese!
NONA.—Non habíamo manyato ancora55.
CARMELO.—(Violento.) ¡A su pieza, le dije!
La Nona se pone de pie y se encamina hacia su pieza rezongan­do. Carmelo se toma la cara y sale hacia su habitación. Chicho se queda un instante pensativo. Luego se dirige a su pieza y se acuesta. La escena queda vacía un momento. Luego se ve aparecer a Anyula desde la calle, con el monedero en la mano. Su cansancio es evidente. Suspira y cae sentada en una de las sillas. Mira a su alrededor. Se va recomponiendo. Toma el vaso que dejó la Nona y bebe su contenido de un trago. Muere en forma instantánea. Apagón.

Las luces se encienden en la cocina. Sólo queda el aparador, la mesa y cuatro sillas. Carmelo ingresa desde los dormitorios. Su destrucción es más notoria.
CARMELO.—Chicho... (Se dirige a la pieza de Chicho y lo sacu­de.) ¡Vamos, che!
CHICHO.—(Entre sueños.) Está bien. Voy después.
CARMELO.—¿Qué después? ¡Vamos!
CHICHO.—Está bien... está bien...
Carmelo vuelve a la cocina. Chicho se levanta pesadamente y comienza a vestirse. Carmelo va al fondo y vuelve con un canasto de flores. María llega desde el interior con una pava y un mate. Carmelo saca la botella de grapa y bebe un largo trago.
MARÍA.—Carmelo... ¿Ya empezás?
Carmelo se encoge de hombros.
MARÍA.—Son las cinco de la mañana.
CARMELO.—Bueno... María.
MARÍA.—¡Bueno, nada! Tenés presión, no tenés que tomar.
CARMELO.—¿Vos vas directo al hospital a ver a la Martita?
María asiente.
CARMELO.—Pasamos por lo de don Simón antes. Hay que lle­var los muebles.
MARÍA.—Está bien. ¿Vos vas a ir?
CARMELO.—¿Al hospital? Depende de la hora que termine de vender las flores. (La mira.) Explícale a la Martita.
MARÍA.—Martita ya lo sabe.
CARMELO.—Hoy el doctor te va a decir qué es lo que tiene, ¿no?
MARÍA.—Sí, pobre Martita. Yo no la veo nada bien.
CARMELO.—Y bueno... Decile al doctor que le hagan algo.
MARÍA.—Ya sé, Carmelo. Sé lo que tengo que decir.
CHICHO.—(Apareciendo semidormido.) ¿Qué hora es?
CARMELO.—Cinco y cuarto.
CHICHO.—¡Cinco y cuarto! Che, Carmelo, el cementerio abre a las ocho.
CARMELO.—Hay que estar temprano para agarrar buen lugar. Y antes tenemos que pasar por lo de don Simón.
CHICHO.—Pará que tome un mate.
Chicho toma un mate mientras Carmelo comienza a sacar las sillas hacia la salida. CHICHO.—¿No hay nada para comer?
María niega con la cabeza.
CHICHO.—Aunque sea un cacho de pan, para la languidez.
CARMELO.—En cuanto vendamos unas flores te tomas un café con leche. Vamos, llevá esa silla, María.
María sale llevando una silla.
MARÍA.—No te olvides de ponerle unas flores a la tumba de Anyula.
CARMELO.—(A Chicho.) Vamos, che, largá el mate que tene­mos que pasar por lo de don Simón. CHICHO.—¿Y va a estar a esta hora?
CARMELO.—Le dije que íbamos a pasar temprano.
Carmelo toma una punta de la mesa.
CARMELO.—Ayudame, vamos.
CHICHO.—¡Qué!, ¿la mesa también vas a vender?
CARMELO.—La mesa también.
Chicho y Carmelo salen llevando la mesa. En el escenario, se­mivacío, queda el canasto de flores. Un instante después aparece la Nona.
NONA.—¡Bonyiorno! (Mira a uno y otro lado.) ¡María! (Pausa.) ¡Carmelo!
Advierte que no hay nadie y comienza a revisar para ver si hay comida. Primero lo hace normalmente, pero luego se va desespe­rando. Revuelve todo, con creciente violencia, hasta que descubre las flores. Las mira. Arranca un pétalo, lo prueba, hace un gesto de agrado y luego busca una ensaladera, sal, aceite y vinagre. Se sienta en un banquito que quedó y comienza a prepararse una ensalada con las flores.
Cuando ha comenzado a comer, regresa Carmelo. Al verla, se detiene espantado. CARMELO.—¡No... Nona! ¡Las flores no... las flores no...!
Toma el canasto como para protegerlo. Luego lo alza e inicia el gesto para golpear a la Nona. Jadea, trastabilla y cae muerto. La Nona, sin inmutarse, sigue comiendo las flores.

Las luces se encienden lentamente. La cocina está despoblada, salvo dos cajones vacíos de fruta que se usan como sillas. En la pieza de Chicho sólo queda la cama. Sobre ella está tirado Chicho, mirando fijo el techo. Un instante después aparece María desde los dormitorios. Lleva una valija en la mano.
MARÍA.—Chicho...
Recorre con la mirada el ambiente destruido. Aparece Chicho.
MARÍA.—Me voy.
CHICHO.—¿Se va, nomás? Y Bué...
MARÍA.—Don Simón va a venir mañana a buscar los muebles que quedan. (Señala su pieza.) La cama y el ropero. Lo que sea es para usted.
CHICHO.—Gracias, María. (Pausa.) ¿A qué hora sale el ómni­bus?
MARÍA.—A las siete.
CHICHO.—Dicen que Mendoza es muy linda.
MARÍA.—Por lo menos, voy a estar con mis hermanas. (Breve pausa.) La semana que viene puede cobrar el seguro de Carme­lo. Con esa plata puede pagar parte de la hipoteca.
CHICHO.—Pero esa plata es para usted.
MARÍA.—No la voy a precisar. Mis hermanas están bien. (Se echa a llorar.) ¡Dios Santo!
Chicho se acerca y la abraza. Ella se estrecha a él y llora convul­sivamente.
CHICHO.—Cálmese, María. Cálmese.
MARÍA.—Bueno... me voy.
Sale caminando pesadamente hacia la calle. Se detiene.
MARÍA.—Chau.
CHICHO.—Chau.
Chicho la mira salir. Luego se recompone algo y va a sentarse en uno de los cajones. Un momento después aparece la Nona.
NONA.—Bonyiorno...
Mira a uno y otro lado, hasta que va a sentarse junto a Chicho. Se hace una pausa prolongada.
NONA.—¿E Carmelo?
CHICHO.—Murió, Nona.
NONA.—¿E Anyula?
CHICHO.—Murió.
NONA.—¿E María?
CHICHO.—Se fue.
Se hace una pausa prolongada.
NONA.—¿E la chica?
CHICHO.—¿Qué chica?
NONA.—Cuesta chica... que iba e venía... (Hace un gesto con la mano de ir y venir.) Buuuu... Buu...
CHICHO.—¿Marta? 1
NONA.—¡Eco!
CHICHO.—Murió también.
Pausa prolongada.
NONA.—¿Qué yiorno e oyi?
CHICHO.—Viernes.
NONA.—Viernes... ¡Pucherito! Ponele bastante garbanzo, ¿eh? ¿Compraste mostaza? Tenés que hacer el escabeche, que se acabó... E dopo un postrecito... Flan casero con dulce de leche...
A medida que la Nona habla Chicho se levanta y, como un zombie, retrocede hacia su pieza y se tira en la cama.
NONA.—Domani podé hacer un asadito... Con bastante moyequita... Y a la doménica, la pasta.56
Chicho, en la penumbra de su pieza, se tapa los oídos con las manos.
NONA.—Ma... primo una picadita... un po de salamín... formayo... aceituna... aquise picadito... mortadela... e un po di vin.

Desde la habitación de Chicho llega el sonido de un balazo. La Nona no se inmuta. Saca un pan del bolsillo del vestido y se pone a masticar. Las luces se van cerrando sobre la cara de la Nona, que sigue masticando.



FIN DE LA OBRA




1 Bulín: Lunfardo. Aposento de una casa, habitación.
2 Está medio frío: Uso vulgar de medio en lugar de “un poco”.
3 Sé: Por «sí», afirmación.
4 pochoclo: Más pochoclo La nona habla en la jerga ítalo-criolla deformando las voces castellanas de acuerdo con la fonética italiana.
5 ¿Un po de formayo?: ¿Un poco de queso?
6 Chorro: vulgar. Ladrón.
7 ¡Que lo parió!: Apócope de ¡La p... que lo parió!
8 La pega: acierta. Vulgar.
9 Nos vamos lodos para arriba: Triunfamos, prosperamos.
10 La Martita: Uso vulgar del articulo antepuesto a los nombres de pila.
11 ¿E cuando si manya'': ¿Y cuando se come?
12 La picadita: Comida liviana e informal que precede al almuerzo o la cena. Como la nona lo solicita, suela servirse aceitunas, salamín, queso, papas fritas.
13 U panne: Pan.

14 A domani: Hasta mañana.
15 ¿Está en yantas?: ¿Está enferma?
16 ¿Está chacabuca?: Vulgar de Chacabuco/ca: enfermo muy grave; inútil. Sinónimo: Chacado/da.
17 ¡Con la guita!: Vulgar. Dinero.
18 Morfando: de Morfar, comer. También manyar. Vulgar.
19 Laburo: Vulgar. Trabajo, ocupación.
20 Bonyiorno: Buenos días.
21 E la matina. Es la mañana.
22 ¡La luche! ¡Il giorno!: ¡La luz! ¡El día!
23 Tengo fame: Tengo hambre.
24 Fenómena: En excelente estado de salud. Vulgar.
25 Anda en la mala: Vulgar. Está pasando por una mala situación.
26 Luca: Billete de mil pesos. Vulgar.
27 Yirar: Vulgar. Pasearse las prostitutas para conseguir clientes.

28 Andar un vagón: Vulgar. Dar muy buenos resultados.
29 Vienen en banda; estar en banda: Carecer por completo de orientación o destino.
30 Mamado: Vulgar. Borracho.
31 Ma va fangulo: Expresión de desdén airado.
32 ¡Bonassera!: Buenas tardes, buenas noches.
33 Fasos: Lunf. cigarro, cigarrillo.
34 Llevar todas de arriba: Vulgar. Lograr algo sin esfuerzo o sin pagar por ello.
35 Ablandarla: Vulgar. Persuadirla, torcer la voluntad a su favor.

36 ¡Cruz diablo!: Expresión popular usada para conjurar al diablo, por extensión a la mala suerte.
37 Ave Fénix: Ave fabulosa de los egipcios que vivía 560 años y que a la hora de morir construía un nido en el que se incineraba. De sus huesos surgía luego un gusano que engendraba un nuevo Fénix. Por lo tanto es símbolo de la resurrección y la eternidad. Chico cita al ave Fénix impropiamente, pero seguramente pues asocia sus interminables muertes con el dolor que estas provocarían.
38 Catanzaro: Provincia de Italia meridional.
39 Se patina: Vulgar. Gasta, dilapida.
40 Farras: Vulgar. Fiestas.
41 Yerba: Droga que se consume en forma de cigarrillo, marihuana.

42 No está fato el fuoco ancora: No está hecho el luego todavía.
43 Oyi: Hoy.
44 Mascalzone: Pusilánime, hombre de poco coraje o entereza.
45 Sorello: Ital. Hermano.
46 Fidanzato: Ital.
47 ¿Cosa e'?: ¿Qué es esto?
48 Bon vin: Buen vino.
49 No sabe ni limpiarse los mocos: Inexperto, principiante en alguna actividad.
50 Viviendo a costillas: Vivir a costillas. Expresión que significa usufructuar los beneficios sin pagar o recibir dinero o favores sin retribuir.
51 Niente: Nada.
52 Chapita: Tapita metálica de ciertos envases de bebida.
53 No me piache molto: No me gusta mucho.
54 Es de fierro: Persona que no traiciona la confianza que se deposita en ella.
55 Non habíamo manyato ancora: No hemos comido todavía.
56 A la doménica: El domingo.

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