Te digo más...
Roberto Fontanarrosa
¿Te conté la del Gordo Luis
cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá
Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre
Gordo. Del colonialismo por decirlo de otra manera.
Porque decime vos, qué carajo tiene que
ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio chapa al
Papá Noel? Un tipo vestido como para ir a la nieve, abrigado como para ir a la
Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo cuernos
viste un reno? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y viste al costado
del camino un reno morfando pasto debajo de un árbol?
Ni
siquiera en el sur, donde hace frío y a veces nieva encontrás un reno ni queriendo.
Un reno o un ciervo, un alce, o como se llamen esos bichos que tiran el trineo
de Papá Noel. De pedo si los ves alguna vez en alguno de esos documentales que
pasan en la televisión.
Te
digo más, cuando yo era chico, Papá Noel ni figuraba, no existía Papá Noel. Era
el Niño Dios el de los regalos. Siempre de chicos en casa hacíamos el pesebre
pero con el Niñito Dios.
Claro,
vos me dirás, también... ¿Qué tienen que ver con nosotros los Reyes Magos y los
camellos y toda esa historia? Está bien, de acuerdo, lo reconozco...
Pero
eso viene de mucho antes, viene de siempre. Si es por eso nosotros, es verdad,
no inventamos nada, todo lo trajeron los españoles.
Si
fuéramos coherentes tendríamos que celebrar alguna fiesta indígena, reverenciar
al Dios de la Lluvia, bailar en pelotas bajo la luna y esas cosas, pero...
Pero
el apellido tuyo es turco y el mío italiano o sea que mucho que ver con los
mapuches tampoco tenemos y entonces admitamos que hay muchas cosas, casi todas,
que nos han impuesto.
Pero
te digo que esto de Papá Noel es algo reciente, viejo, que trajeron una vez más
los yankis para vendernos sus cosas.
Como
Halloween ¿vos podés creer? ¿Vos podés creer que estén tratando de imponer
Halloween y nosotros compremos ese paquete? Porque, llegado el caso, que ellos
traten de vendernos sus costumbres, está bien, es el negocio de ellos,
defienden su guita después de todo.
Te
digo más, si algún mercachifle de acá, que tiene un salón de ventas como tiene
la santa de mi hermana, el día de mañana empieza a vender esas calabazas para
que los pibes celebren Halloween y así hacerse un mango y poder para la olla a
fin de mes, bueno, está bien, lo comprendo, qué le vamos a hacer, hay que
morfar.
Pero
te cuento, no quiero caer en la misma de siempre, eso de que todas las comidas
de navidad y Año Nuevo son comidas para los climas árticos, llenas de frutas
secas, pavos rellenos, comidas más pesadas... lógicas para esos países donde se
mueren de frío.
Siempre repetimos lo mismo y es al pedo, eso ya está dado así y está
impuesto. Tampoco pretendo que para Navidad aparezca un tío o abuelo disfrazado
de Patoruzú a repartir los regalos porque quedaría ridículo.
Pero
el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo
Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba
en la lona total.
Pero
en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad. Lo habían despedido de
la proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no le caía una moneda.
Para
colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar para poner arriba de la mesa
el 24 a la noche. El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese
entonces y a esa edad no les vas a andar
explicando el fato del Fondo Monetario Internacional, la tecnología que
reemplaza a los trabajadores y todas esas cosas.
La
cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar
de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí
por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para
conseguir algo.
Y resulta que en el barrio Echesortu,
una vieja que tenía una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece
disfrazarse de Papá Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para
promocionar el negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que
al Gordo le venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che.
Ahora,
imaginate la escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los
Cereales, ubicada a orillas del anchuroso Río Paraná.
El
Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien kilos, fácil fácil
debe andar por los 120 porque es alto, grandote, Luis.
Y te
digo que resultaba perfecto para papá Noel porque el Luis es más bueno que
Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios.
Pero
tenés que tener en cuenta una cosa, ineludible. Rosario... pleno pleno
verano... mediodía, un sol de la madre que lo reparió, algo así como 38 grados
a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de Papá Noel con una tela
tipo felpa así de gruesa, así de gruesa, no te miento, gorro, barba de algodón,
bigotes, botas y guantes. ¡Guantes! Porque la vieja era una vieja
hinchapelotas, conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a
Papá Noel y que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo.
Pero
vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que rajaba la
tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso por la
canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... Y el Gordo
ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una campana
de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se juntaban
para verlo.
A los
quince minutos, a los quince minutos, te juro, el traje del Gordo ya no era
colorado... era violeta, violeta era por la transpiración a chorros que largaba
el Gordo.
Me
contaba después –porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía las botas
llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua caliente, le
chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en un
diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían
baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los
goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate.
Te
digo que ya era un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía
metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía,
llamaba a los chicos, hablaba en voz alta, hasta creo que disfrutaba, incluso,
de ser un centro de atención para la zona.
En
eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo
pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de
electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío y
salió a ver qué pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de él... ¿Viste? Esas viejas
comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan medio encorvadas, que les
cuesta moverse pero que rompen las pelotas permanentemente, un cuete la vieja.
Se
manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita, ¿viste? Bajita, canosa con un
rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con
un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de
fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo.
El
Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede
desatender su trabajo, pero, en definitiva, la acepta, lógicamente. Además, los
del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al
Gordo. Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de buena
madre como ellos para explotar a la gente. Si acá hubiera negros los tendríamos
laburando en el Chaco con el algodón. ¡Al pobre Luis que se estaba
deshidratando como un chancho y que le picaba todo y que andaba como mono con
tricota el desgraciado, no le habían dado ni agua! Lo que pasaba también es que
a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio.
La
vieja que contrató a Luis no había venido. El dueño del boliche, esposo de la
vieja que contrató a Luis, tenía como cinco negocios por otras partes de la
ciudad y andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había
quedado en el fondo del local, rascándose debajo del único ventilador de techo
que tenían esos miserables.
La
cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado
de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol
directo, le dice a Luis “Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja.
Cuando
el Gordo pudo zafar un poco del piberío, te imaginás que con ese calor llegó un
momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada y
se bajó media jarra de un saque. Pero resulta que no era limonada. Era vino
blanco. La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino
blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con la mejor
de las intenciones.
El
Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio
cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un
saque. Y, aparte, seamos sinceros,
cuando ya se dio cuenta, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho
de 120 kilos después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000
grados de temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco de una,
fondo blanco.
Bueno... te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó
ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial, una curda como para
trescientas personas
Casi
no había desayunado, estaba sin almorzar, no había morfado ni tan siquiera un
pancho con una coca y se manda casi dos litros de vino blanco bien helado.
Para
colmo el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo
recuerde. Un poco de vino, con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a
veces, en los bailes, alguno de esos tragos maricones con el gin-tonic, pero
con mucha más agua tónica que otra cosa.
No te digo que empezó a cantar
boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra las paredes ni nada de
eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la
beneficencia, le dio un ataque de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco
minutos con la existencia de caramelos y chocolatines que tenía para toda la
tarde... ¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole
una tostadora eléctrica a uno. Después regaló un ventilador a la madre de otro
de los pibes, siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas...
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía,
entregaba todo.
Y el
empleado que se rascaba adentro del negocio ni se dio cuenta, debía estar en el
fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles, o apoliyando una
siesta mientras esperaba que se hiciera la hora en que el patrón llegaba.
Lo
cierto es que, te imaginás, a los quince minutos, en la puerta del negocio
había un mundo de gente, que venía de todas partes alertada por los otros que
ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La
gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la
turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he
visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel.
Tremendo quilombo frente a la puerta del negocio, una multitud
amontonada allí, ya no sólo chicos te cuento. Chicos, grandes, medianos,
jovatos, familias enteras tratando de aprovechar la generosidad de Luis.
En eso
aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su
auto, un coche nuevo. Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando
se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarle las cosas a la gente, a recuperar
licuadoras, televisores, radios, que la gente se llevaba. A los gritos ese
hombre, desesperado, tironeando con los beneficiarios.
Ante
el despelote se despertó el empleado de adentro y salió a ayudarlo al pelado.
Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en eso llegó
la cana, un patrullero que andaba de ronda.
En el
despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que
contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaba que Papá
Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran en
cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo.
Y bien
dice el Martín Fierro, que no hay nada como el peligro para refrescar a un
mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se
esclareció el Gordo.
Pero
te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo, no se iba a poner a
resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa y, entonces,
todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para adentro del negocio
para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derecho viejo, solito, sin que
nadie le dijera nada, adentro del patrullero.
Afuera
seguía el despiole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora
también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el
Gordo.
El
Gordo fue el baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó
esas pilchas de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado él en un bolsito y
salió de nuevo para la calle.
Cuando
salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno
de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo.
Claro,
lo ve al Gordo sin el traje colorado, de camisita celeste y pantalones
vaqueros, un bolso en la mano, pelo negro achatado por el agua de la canilla, y
no lo reconoce. No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado
sino su esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?”, me contaba el Gordo que
preguntaba el pelado. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que
él se había sacado.
Yo no
sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el gil, la cosa
es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para allí.
Cuando el Gordo salió a la calle todavía había
un amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo
reclamando facturas o recibos de compra.
Nadie
lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso, de última, el otro
policía del patrullero, que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando
el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa “Cagamos”.
Y el
cana le pregunta: “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me contó que él le iba a
decir la verdad, que sí, que era suyo. Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas o que se lo hiciera
abrir y le dijo: “No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó, un bolso barato
que después de todo a él no le servía.
Casi
termina preso el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco
sabía ni cómo se llamaba, ni adónde vivía. Era un contrato basura pero
realmente basura el del pobre Gordo. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con
esos vestidos de invierno, podés creer. Que los argentinos nos tengamos que
vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió
que Santa Claus vende más que el Niñito Dios.
Eso le
decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que viene ofrecete para algún
pesebre viviente, Gordo.” “De lo único que puedo hacer yo en un pesebre
viviente es de vaca, Zurdo –me decía el Gordo-. De vaca”.
Pero
por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al
paisaje, el rumiante emblemático de la pampa, base de la riqueza de nuestro
país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta Papá Noel,
el trineo y los alces esos! Ya bastante que el otro día les compré a mis pibes
un conejo, un conejo de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que
hace es comer lechuga y cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas cosas
inventadas por los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati!
Que a
mí no me dicen el Zurdo porque sí nomás, querido, me lo dicen por tener una
formación doctrinaria... ¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una
nueva víctima del capitalismo salvaje.
Cuestionario: 1- Para entrar en temas nombrados por el
cuento, busca colonialismo, capitalismo,
capitalismo salvaje y comunismo. Busca también
el origen de navidad y año nuevo.
2- ¿Qué relaciones aparecen en el cuento sobre el
colonialismo? ¿Y sobre el capitalismo? Que
el gordo se escape de la situación: ¿Qué nos dice sobre la relación de lo
humano y el capitalismo? ¿Y sobre la
relación de lo extranjero y lo local?
3- sobre el humor: ¿Qué estrategias usa el autor para causar
humor en el cuento?
4- cuenta una historia sobre un personaje está en una
situación límite parecida por necesidad. Usa un estilo parecido al del Negro
Fontanarrosa.
5- busca una biografía de fontanarrosa.
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